Etapa 22 (313). 29 de
junio de 2012, viernes. Festividad de San Pedro.
Olonne sur Mer-Plage de
Sauveterre-Brem sur Mer-Bretignoles sur Mer.
La invitación a dormir pasa
a ser media pensión.
Hoy va a ser un día
que empieza genial y me va a propiciar un encuentro por la tarde que va
a tener consecuencias para el futuro de mi viaje y los siguientes. Además, volveré a
hacer nudismo en playa autorizada y que no conseguía localizar. ¡Por
fin aparece Sauveterre plage! Como decía, he dormido muy bien. Me
cuesta encontrar el enchufe para afeitarme. Como no puedo abrir la
terraza, escribo en la gran mesa de la sala. Pero hasta allí no
llega nítida la luz matutina y no consigo leer los nombres en el
mapa, así que vuelvo a intentar salir a la terraza. Descubro el
pestillo y salgo con todo el material de escritura y mapas. Se está
bien en ella. No hace frío. Después de un rato, aparece Romeu
y me reclama para desayunar. Además de ponerme café con leche en un
gran bol, me ofrece un bizcocho, del que como dos grandes trozos.
Está muy rico. Mientras tanto, a trompicones (desayunar y contar no son tareas fáciles), les hablo de mis amigos portugueses, Sergiu Leal
Nunes, Lena Baptista, Gabriela Ferreira y José António Cerejo. Quizás los encuentros
más significativos de mi paseo por la costa portuguesa de 2007. Los
dos primeros me visitaron en Irun y a José António espero recibirlo
cuando se jubile. También les cuento mi encuentro con los rumanos a
la salida de Comporta y los encuentros con la pareja de murcianos
José Martin y María Ángeles y de los almerienses Isidoro y Norbe
que tuvieron lugar en Carrapateira y Lisboa respectivamente, y con
los que me volví a ver en mi periplo andaluz, en alguno de mis
viajes con el Imserso, en Roquetas de Mar y Mojacar con los
últimos. Entonces conocí a las hijas que acababan de adoptar, a mi
paso por Murcia, y a los hijos de la otra pareja al pasar por
Almería. Primero Almería y luego Murcia, para ser más exactos.
Romeu muestra mucho interés a lo que cuento de Portugal, por algo es
la tierra donde nació, pero Jacqueline también se muestra muy
interactiva y se levanta para coger mapas de Francia y Portugal, que
nos facilitan la localización de los lugares y saber de lo que
hablamos. Les he dicho que no me voy a quedar a comer y que, en
cuanto ponga al día el diario, me marcharé. La realidad será muy
otra. La conversación no me deja avanzar en la escritura y, a las
doce, me insisten en que me quede a comer y acepto. Soy agradecido y me agrada aceptar lo que se me ofrece. Creo que ellos, en alguno de sus
viajes a Portugal, me visitarán en Irun y les ofrezco visita guiada a
Donostia, Hondarribia y Pasai Donibane, para corresponder como se merecen.
Siempre han pasado la frontera hispano-francesa sin detenerse. Ahora
tienen motivo para parar. Mientras yo sigo escribiendo, Romeu se ha
ido a hacer la compra, entre tanto, Jacqueline se queda haciendo
preparativos para la comida. Se acerca otra vecina, que se sorprende
al verme. Las dos mujeres hablan en la zona de afuera, con hierba y
algo de jardín, que también les pertenece. Pagan 2.500 € por
tener allí fija su mobilhome. Les compensa, pues pasan aquí seis
meses y, el resto del año, salvo cuando se van a Portugal o a hacer
algún viaje, lo hacen en Esvres sur Indre, que según he podido
entender está por la zona de Tours. En Portugal tienen familia, pero
carecen de propiedades. Tienen tres hijas y dos de ellas tienen la
parejita, así que son abuelos de dos niñas y dos niños. Igualados
en cuanto a número, aunque mis cuatro nietos son todos chicos. Cuando hablo
con él, hacemos una mezcla estilo "portuñol" y con Jacqueline también
meto alguna palabra en castellano. Ella hace el esfuerzo de tratar de
entenderme. Me enseñan un calendario que hicieron en 2012 con fotos
de hijas, yernos y nietos y a las doce y media, una vez vuelto Romeu
de la compra, dejo de escribir el diario. Me dan sus señas para que
un día les visite en Esvres y sus teléfonos, fijo y “portable”.
Cuando les hablo de las amapolas que he visto, me dicen que se llaman
“coquelicot” y también me confirman que Clemenceau vivió en
Saint Vincent sur Jard, cuando he dudado si no era en Jard sur Mer.
Romeu ha comprado una gran lechuga, a pesar de tener varias de hoja
de roble plantadas bajo el mobilhome. Me enseña también unos
tomates, para mí de clase desconocida. Me dice que son los mejores y
que les llaman “coeur de boeuf”, corazón de buey. Cuando los
pruebe me parecerán carnosos y con mucho sabor. Me han gustado pero,
cuando compre alguno en alguna parada del camino, me parecerán no
caro sino carísimos. Me parecen mejores que los tomates Raf de
Almería, aunque los tenemos tan bien valorados. Jacqueline ha preparado una
ensalada muy completa, añadiendo a los tomates, zanahoria rallada,
pimiento, un huevo duro para cada uno y, aparte, para cuando comamos
el queso, una ensalada de canónigos. Confundo los canónigos con los
berros, una bonita escusa para hablar de las riquísimas sopas
portuguesas y en concreto de la de "egrial", que es sopa de berros, y el caldo verde.
Romeu ha comprado también, para segundo plato, una hermosa posta de
atún. Ha sido una pena que se ha quedado tan seca y que no haya
podido terminar el trozo que me han servido. Apenas tengo gana para
probar un poco de queso, más por gusto de comer los canónigos que
por el queso en sí. Tras la buena comida, bajo con Romeu a regar
unas plantas que ha puesto recientemente y aprovecha para meter en un
bote otras que no ha plantado y se le están secando, para
revitalizarlas. Tiene que hacerlo ahora, pues en unos días retornan
a Esvres. Luego me enseña la otra casa, aledaña a la que habitan,
donde el jardín está más cuidado y tiene más flores.
Esta segunda mobilhome, siendo de medidas muy similares a la otra, tiene una distribución muy distinta. Es más coqueta, pero me gusta más la distribución de la otra, en la que he dormido. Yo creo que por eso mismo ellos viven en ella y la otra la alquilan. La que la tenía alquilada ya se ha marchado. La casa del matrimonio tiene 34 m2, “uno o dos metros más que mi apartamento”, les digo. Después de regar y visitar la otra casa, comemos y acabamos con un traguito de coñac. Entre las cosas que me cuenta Romeu, lo que más me ha llamado la atención es que, cuando su padre llegó a Francia, para reducir problemas de integración, cambió su apellido Martins, portugués, por el más internacional Martin y que permite camuflarse como francés, si le damos el sonido “magtán”.
Ha llegado la hora de partir pues, si seguimos charlando me van a invitar a cenar y, de nuevo a dormir y creo que ya he abusado sobremanera de su hospitalidad. A la hora de marchar, saco una foto a la pareja con la mesa en la terraza donde hemos comido y me despido de Jacqueline con cuatro besos.
Romeu me acompaña a recepción para que me pongan el sello (el "carimbo", en portugués) en el diario y luego le saco otra foto ante el gran molino de la entrada al camping. Despedida con otros cuatro besos y parto en dirección conocida hacia Brem sur Mer.
Esta segunda mobilhome, siendo de medidas muy similares a la otra, tiene una distribución muy distinta. Es más coqueta, pero me gusta más la distribución de la otra, en la que he dormido. Yo creo que por eso mismo ellos viven en ella y la otra la alquilan. La que la tenía alquilada ya se ha marchado. La casa del matrimonio tiene 34 m2, “uno o dos metros más que mi apartamento”, les digo. Después de regar y visitar la otra casa, comemos y acabamos con un traguito de coñac. Entre las cosas que me cuenta Romeu, lo que más me ha llamado la atención es que, cuando su padre llegó a Francia, para reducir problemas de integración, cambió su apellido Martins, portugués, por el más internacional Martin y que permite camuflarse como francés, si le damos el sonido “magtán”.
Ha llegado la hora de partir pues, si seguimos charlando me van a invitar a cenar y, de nuevo a dormir y creo que ya he abusado sobremanera de su hospitalidad. A la hora de marchar, saco una foto a la pareja con la mesa en la terraza donde hemos comido y me despido de Jacqueline con cuatro besos.
Romeu me acompaña a recepción para que me pongan el sello (el "carimbo", en portugués) en el diario y luego le saco otra foto ante el gran molino de la entrada al camping. Despedida con otros cuatro besos y parto en dirección conocida hacia Brem sur Mer.
La plage nudista de
Sauveterre.
Sólo el referente es
Sauveterre, pero la señal es de camping, no de playa, aunque ayer ya
me aseguraron mis anfitriones que la playa correspondiente es
nudista. Así que es casi seguro que se trata de la anunciada y no
localizada hasta ahora. Si para algo me ha servido ver el mapa de
Jacqueline es para saber que, si llego al camping, luego tendré que
retroceder para ir a la playa, por lo que voy muy atento a las
señales que se me ofrezcan hacia la izquierda. En un cruce veo
desviación a playa de Sauveterre y no dudo en acercarme por esa
carretera al mar. Se trata de una carretera estrecha y que, durante
un buen tramo, va paralela a la que me hubiera llevado al camping.
También hay un camino paralelo a ambas. Llego a la primera parte de
la playa, que es textil y, para asegurarme, pregunto a un hombre que
va por la arena en la misma dirección que yo. Me dice que la zona
nudista está más adelante. “Tras pasar unas rocas”, me dice. Él
también tiene aspecto de ser nudista, aunque no lo puedo asegurar,
pues se coloca en un rincón entre dos rocas de estratos verticales
que lo aíslan de la pareja textil de al lado. Como yo no quiero
estar desnudo escondido, sigo adelante y no puedo saber si el hombre
se desnuda o no. Saco una foto hacia la zona nudista desde lejos.
Cuando me acerque no quiero sacar ninguna para no herir el pudor de
algunos.
Poco después de haberme despedido del hombre potencialmente nudista, veo los primeros quita-vientos con algunos nudistas protegidos que toman el sol. Alguno se acerca a ellos después de haberse dado un baño. Así que ya estoy en la playa tan buscada y que, por fin, voy a poder situar correctamente en mi mapa. Ahora falta borrarla de donde yo me la había colocado en Charente Maritime. Pasados los primeros para-vientos, me coloco algo adelantado en zona donde están una chica y dos chicos. Ella se va a pasar todo el rato leyendo. Luego llega otro chico y el primero se levanta y se va, mientras yo estoy subiendo a la duna en busca de cobertura para hablar por móvil con mi hermana Sagrario. En la cima de la duna me da comunicando, lo considero buena señal, al menos está en casa, y estoy un rato intentando hablar con ella. Pienso que también pueden estar mis hijas, yernos y nietos, ya que el día de San Pedro se celebra una romería en las campas donde la ermita del santo la tenemos compartida en terreno lindante los de Urdiain y los de Altsasu. Los de mi pueblo celebramos la fiesta el propio día del santo, que tiene las llaves del reino de los cielos, mientras que los urdintarras lo celebran al domingo siguiente. Todo lo que pienso no se ajusta a la realidad pues, cuando consigo hablar con ella, se está preparando un bocata y me dice que hablaba con una prima de ambos, Carmen, que fue operada el mes pasado y que parece que evoluciona hacia una buena salud. Ninguno de mi familia donostiarra ha ido este año a celebrar San Pedro. Me dice que estando en Alsasua mi otra hermana, Lucía, que vive en Londres, se quedaron una noche a dormir mis nietos pequeños, Gari y Jokin. Me añade que se portaron bien y que en ningún momento dijeron: “quiero ir a dormir a mi casa”, como hicieron en la mía. Le cuento la acogida de Jacqueline y Romeu, pero a mi hermana no le agrada que me deje invitar por desconocidos. Se ve que ella tiene otro concepto de viajar y otros valores. Prefiere ser más autónoma, menos dependiente que yo y, aunque le explico que si no aceptase lo que mis encuentros me ofrecen y no durmiese tantos días en la playa, mi viaje me resultaría carísimo y no lo podría hacer. Es así que este viaje va pudiendo tomar un cariz más europeo, una vez recorridas las costas peninsular y baleares, y ya estoy a la altura de Lîle d’Olonne. Hoy no avanzaré mucho más, será una de mis etapas más cortas, pues he salido muy tarde del lugar donde he dormido esta noche. Tras hablar por teléfono, bajo de la duna. Un nudista vecino se prepara para marchar y, el que ha llegado el último, no va a tardar en irse también. Me doy mi primer y único baño de la tarde, cerca de un hueco de piedras que descubre con remolinos el mar. Lo hago con cuidado para no pisar las piedras y evitando dañarme los pies. Hoy he vuelto a ponerme las sandalias de Decathlon; parece que voy sobre algodones. Paseo para secarme y ver el panorama. Algunos para-vientos hacen un círculo total, cuando bastaría con que protegieran sólo el lugar de donde viene el viento, como hacen otros. Los que forman un círculo cerrado o son nudistas temerosos de que les vean o están para hacer otros menesteres a ocultar. Los humanos somos así, para todos los gustos. Yo cada día me alegro más de haber superado el malsano pudor de mi niñez y juventud y, aunque fui nudista tardío, me alegro de poder disfrutar ahora estando desnudo en la naturaleza. Hoy el viento sopla del Sudoeste. Un poco más al Norte de la playa, hay pequeños apriscos hechos con piedras: piedra sobre piedra, sin argamasa. Disponen de basamento arenoso y son ideales para dormir, pues las piedras cortan el viento y al ser de arena el suelo, son cómodos. Hay algún nudista en alguno de ellos. Sería magnífico que estos apriscos me los encontrara más al Norte, donde vaya a parar a dormir. En uno de los apriscos hay un hombre que está fuera de él. Simula que está masturbándose y hace gestos invitadores. Cuando estoy cerca de él le pregunto: “¿Quieres guerra?” y, como ocurre algunas veces, se hace el desentendido. No sé si es por el idioma o por qué otras razones, no insiste, y no pasa de ahí, así que me voy un poco más adelante. Como me estoy alejando mucho de donde he dejado mis pertenencias, regreso al campamento base y, al pasar de nuevo junto al muchacho, él sigue igual que antes, pero yo sigo, pasando de largo, sin decirle nada. Vuelvo a mi sitio. La lectora sigue leyendo y se va antes de las siete. Casi seguido, se va el otro y yo para las siete ya estoy en marcha hacia el Norte. Voy descalzo hasta Brem sur Mer.
Poco después de haberme despedido del hombre potencialmente nudista, veo los primeros quita-vientos con algunos nudistas protegidos que toman el sol. Alguno se acerca a ellos después de haberse dado un baño. Así que ya estoy en la playa tan buscada y que, por fin, voy a poder situar correctamente en mi mapa. Ahora falta borrarla de donde yo me la había colocado en Charente Maritime. Pasados los primeros para-vientos, me coloco algo adelantado en zona donde están una chica y dos chicos. Ella se va a pasar todo el rato leyendo. Luego llega otro chico y el primero se levanta y se va, mientras yo estoy subiendo a la duna en busca de cobertura para hablar por móvil con mi hermana Sagrario. En la cima de la duna me da comunicando, lo considero buena señal, al menos está en casa, y estoy un rato intentando hablar con ella. Pienso que también pueden estar mis hijas, yernos y nietos, ya que el día de San Pedro se celebra una romería en las campas donde la ermita del santo la tenemos compartida en terreno lindante los de Urdiain y los de Altsasu. Los de mi pueblo celebramos la fiesta el propio día del santo, que tiene las llaves del reino de los cielos, mientras que los urdintarras lo celebran al domingo siguiente. Todo lo que pienso no se ajusta a la realidad pues, cuando consigo hablar con ella, se está preparando un bocata y me dice que hablaba con una prima de ambos, Carmen, que fue operada el mes pasado y que parece que evoluciona hacia una buena salud. Ninguno de mi familia donostiarra ha ido este año a celebrar San Pedro. Me dice que estando en Alsasua mi otra hermana, Lucía, que vive en Londres, se quedaron una noche a dormir mis nietos pequeños, Gari y Jokin. Me añade que se portaron bien y que en ningún momento dijeron: “quiero ir a dormir a mi casa”, como hicieron en la mía. Le cuento la acogida de Jacqueline y Romeu, pero a mi hermana no le agrada que me deje invitar por desconocidos. Se ve que ella tiene otro concepto de viajar y otros valores. Prefiere ser más autónoma, menos dependiente que yo y, aunque le explico que si no aceptase lo que mis encuentros me ofrecen y no durmiese tantos días en la playa, mi viaje me resultaría carísimo y no lo podría hacer. Es así que este viaje va pudiendo tomar un cariz más europeo, una vez recorridas las costas peninsular y baleares, y ya estoy a la altura de Lîle d’Olonne. Hoy no avanzaré mucho más, será una de mis etapas más cortas, pues he salido muy tarde del lugar donde he dormido esta noche. Tras hablar por teléfono, bajo de la duna. Un nudista vecino se prepara para marchar y, el que ha llegado el último, no va a tardar en irse también. Me doy mi primer y único baño de la tarde, cerca de un hueco de piedras que descubre con remolinos el mar. Lo hago con cuidado para no pisar las piedras y evitando dañarme los pies. Hoy he vuelto a ponerme las sandalias de Decathlon; parece que voy sobre algodones. Paseo para secarme y ver el panorama. Algunos para-vientos hacen un círculo total, cuando bastaría con que protegieran sólo el lugar de donde viene el viento, como hacen otros. Los que forman un círculo cerrado o son nudistas temerosos de que les vean o están para hacer otros menesteres a ocultar. Los humanos somos así, para todos los gustos. Yo cada día me alegro más de haber superado el malsano pudor de mi niñez y juventud y, aunque fui nudista tardío, me alegro de poder disfrutar ahora estando desnudo en la naturaleza. Hoy el viento sopla del Sudoeste. Un poco más al Norte de la playa, hay pequeños apriscos hechos con piedras: piedra sobre piedra, sin argamasa. Disponen de basamento arenoso y son ideales para dormir, pues las piedras cortan el viento y al ser de arena el suelo, son cómodos. Hay algún nudista en alguno de ellos. Sería magnífico que estos apriscos me los encontrara más al Norte, donde vaya a parar a dormir. En uno de los apriscos hay un hombre que está fuera de él. Simula que está masturbándose y hace gestos invitadores. Cuando estoy cerca de él le pregunto: “¿Quieres guerra?” y, como ocurre algunas veces, se hace el desentendido. No sé si es por el idioma o por qué otras razones, no insiste, y no pasa de ahí, así que me voy un poco más adelante. Como me estoy alejando mucho de donde he dejado mis pertenencias, regreso al campamento base y, al pasar de nuevo junto al muchacho, él sigue igual que antes, pero yo sigo, pasando de largo, sin decirle nada. Vuelvo a mi sitio. La lectora sigue leyendo y se va antes de las siete. Casi seguido, se va el otro y yo para las siete ya estoy en marcha hacia el Norte. Voy descalzo hasta Brem sur Mer.
De Sauveterre a Brem
sur Mer.
Después de pasar la
zona donde están los últimos nudistas, ya sólo queda uno que va
por la orilla. Anda y anda, pero no sé si la ropa la tiene en
Sauveterre o en Brem sur Mer. A lo mejor ni siquiera tiene ropa y
pasa sus días despreocupado de la vestimenta y ajeno al mundo de las
modas textiles. No es una mala opción. Así conocí a mi amigo Salva
en una de las playas de Cabo de Gata, reponiéndose de su mal de
amores, de su amor no correspondido. Cuando le doy alcance le saludo, pero ni
oigo su respuesta, ni veo en él ningún gesto de querer compañía,
así que sigo adelante. Como voy más rápido que él, pronto estaré
inalcanzable. De lejos, veo a una chica con dos perros sueltos. Tras
un rato de persecución, la veo pasar por un pasillo de arena entre
rocas, pero yo las rodeo para no tenerme que calzar. Para cuando la
alcanzo, ella ya ha amarrado a sus dos perrazos. Al acercarme, los
dos hacen mención de ataque, pero ella los pone a raya, sujetándolos
con energía. Después ya no interfieren nuestra conversación. Me
dice que ella va hasta Brem sur Mer, que es la siguiente villa. Es la
primera a la que hubiese llegado de haber seguido por carretera pero,
por la playa, no la veré.
Le parece que estoy haciendo un viaje muy interesante y me da alguna información valiosa sobre las playas siguientes y la que me conviene para dormir. Cuando va a salir de la playa húmeda a la arena seca, me despido agradecido por su información y sus buenos deseos para mi viaje. Me dice que yo también debo salir de la playa y pasar al otro lado del río por la esclusa. Yo no veía río alguno y me lo habría topado si hubiera seguido por la arena húmeda. Saco una foto con la esclusa que después voy a pasar y en la que se ve a la chica agachada y con sus dos grandes perros amarrados. Llego a la esclusa, la paso, y vuelvo a la playa por el otro lado. Mirando el mapa, parece que hasta mañana ya no voy a tener más ríos que cruzar.
Le parece que estoy haciendo un viaje muy interesante y me da alguna información valiosa sobre las playas siguientes y la que me conviene para dormir. Cuando va a salir de la playa húmeda a la arena seca, me despido agradecido por su información y sus buenos deseos para mi viaje. Me dice que yo también debo salir de la playa y pasar al otro lado del río por la esclusa. Yo no veía río alguno y me lo habría topado si hubiera seguido por la arena húmeda. Saco una foto con la esclusa que después voy a pasar y en la que se ve a la chica agachada y con sus dos grandes perros amarrados. Llego a la esclusa, la paso, y vuelvo a la playa por el otro lado. Mirando el mapa, parece que hasta mañana ya no voy a tener más ríos que cruzar.
Brem sur Mer.
Annick, primer encuentro.
Annick, primer encuentro.
Desde la arena seca,
casi sin entrar en la playa, veo por la orilla a una mujer que camina
descalza relajando sus cansados pies con el golpeteo del final de las
olas marinas y su aporte de yodo y microorganismos salutíferos. Tras
haber hecho una buena caminada, lleva atadas por sus cordones y
colgadas al cuello las botas que le han servido para hacer el
recorrido. Ahora pretende hacer un ligero paseo por la orilla y
regresar a Brem, donde viven sus padres. Está de visita en Vendée,
pues ella vive al Norte de Bretaña. Pero yo bajo a la orilla, le doy
alcance, y lo que ella pretendía se le va a trastocar. No le va a
venir mal una pequeña distracción que le evada de la preocupación
por la salud de su madre, que pronto fallecerá. El óbito se producirá en agosto.
Annick va vestida con un chándal rojo y lleva bastón de caminante. Al
darle alcance, ahora veo sus botas colgadas al cuello. Le saludo y
ella responde sin ninguna intención de conversar más, bastante
tiene con sus dilemas. Pero, al decirle que vengo andando desde la
frontera del País Vasco, se le alegran los ojillos y le pica la
curiosidad. No en vano a ella le gusta caminar, y encontrar a otro
caminante que viene de tan lejos, es un lujo que no puede
desperdiciar. Y yo menos, en este camino cuyo mayor valor doy a
los encuentros. Annick trabajó como ginecóloga en Saint Brieuc, que
será el lugar donde acabará mi viaje tras 66 días de caminada (qué
lejos de mi previsión de llegar a Bélgica). Ahora está jubilada,
aunque hace algunos trabajos a tiempo parcial. Tiene el pelo
grisáceo pero se le ve una mujer joven y activa. Con arrugas en los
ojos por sonreír mucho con ellos. ¡Benditas arrugas! Tiene gato y
tuvo hasta hace poco un caballo, que se le murió con 35 años.
También ha tenido perro. Va a pasar unos días en Vendée y volverá
a Bretaña. Me dice que vive en uno de los lugares más bonitos de la
costa francesa, enfrente de una casa bretona que está entre dos
rocas, con el horizonte al fondo. Yo creo que ya he visto algún
póster con esa imagen y creo que, si la veo, seré capaz de
localizarla. Como no tengo a mano el mapa bretón, no podemos situar
el lugar, pero, en una solapa de un sobre me escribe sus teléfonos
(móvil y fijo) y su e-mail. También el nombre de su pueblo:
Plougrescant, después de Perros Guirec. “Cuando saque el mapa del
Norte de Bretaña, lo apuntaré”, le digo. Me invita a que pase por
su casa y yo le digo que posiblemente nos veamos. Intentaré
llegar allí. Casualmente nos encontraremos antes de llegar a Perros
Guirec, en Ploumanac’h. Tan entusiasmada va Annick con mi encuentro
y las anécdotas que le voy contando: la de la cabaña de Seignosse,
la dormida en Gastes, la del zapatero de Parentis, el encuentro de la
noche última, que nos pasamos del lugar en que pensaba dar la
vuelta. Se puede decir: “nos hemos pasado tres pueblos”.
Annick me dice: “Termíname esta historia y me vuelvo”. No parece
pesarosa de haber añadido unos kilómetros más a su camino de hoy.
Después de tanto rato en que ha estado caminando con botas tan
cerradas, ahora disfruta de la conversación y de sentir refrescados
sus pies. Me acompaña un rato más, nos despedimos con un beso (creo
que no llegaron a ser cuatro) y Annick se vuelve a casa de sus
padres. “¡Hasta pronto!”. A pesar de no tener señas de su casa,
tengo elementos para poder localizarla, y casi la seguridad de que
nos vamos a ver en el Norte bretón.
De Brem sur Mer a
Brétignoles sur Mer.
Durante el encuentro
con Annick no he sacado ninguna foto. Ya tendréis ocasión de
conocerla, pues este año voy a estar con ella, como ya he dicho, en
Ploumanac’h. También, y adelantando acontecimientos, en
Plougrescant y Tréguier. Y el próximo año, 2013, haremos un
recorrido a pie por islas, aprovechando la marea baja. En 2014
quedamos en vernos al Norte de Ajaccio, la capital de Córcega, pero
mi fallo en la cobertura de mi tarjeta del móvil nos lo impedirá. Olvidemos a mi amiga por el momento y centrémonos en el camino.
Saco una foto en la que ya se empieza a ver alguna casa de Brétignoles sur Mer a lo lejos. Yo camino por una playa de arena y rocas, similar a la que traía con Annick. Ahora es peor, pues estas rocas no nos hubieran permitido andar descalzos por la orilla. Siguiendo la playa, llego a Brétignoles y salgo subiendo por la Escuela de Vela. Ya calzado, continúo por el paseo marítimo. Sigo por pista cyclable que, por tramos, va separada o unida a la peatonal. Prefiero ir por la pista de los ciclistas pues cuidan mejor los indicadores de distancias a los lugares que vienen a continuación. ¡A los peatones, que nos zurzan! Pregunto a un hombre qué distancia hay a Saint Gilles, que en mi mapa aparece como el siguiente conglomerado urbano importante. Me responde que 6 kilómetros, y por playa menos, pero yo creo que habrá alguno más. No tengo intención de llegar hasta allí, pero sí la de acercarme y quedarme a dormir, dependiendo de cómo sea la playa y las dunas que vienen a continuación. Pronto llego a una señal en que indica que a Saint Gilles Croix de Vie, faltan 9 kilómetros. Compruebo que mi intuición de la distancia era más exacta que la información recibida del hombre que me la ha dado. Compruebo cómo la carretera y la pista me van alejando de la costa, en el momento en que menos me conviene. En la última parte de Brétignoles he entrado en sanitarios y he descargado el vientre. ¡Otro peso que me he quitado de encima! Llego a la ancha carretera hacia el mar, en el momento en que aparecen de nuevo las dunas. Junto a un coche, hay dos chicos, uno de pie y el otro sentado, que es el que aviva el fuego. Tienen cuidado con el viento, que tanto lo ayuda a avivar, como lo puede apagar de un fuerte soplido. Los dos me saludan y yo correspondo pero, aunque su compañía pudiera ser grata, quiero estar solo para dormir y prefiero alejarme de su presencia. Saco una foto alejándome de Brétignole sur Mer.
Saco una foto en la que ya se empieza a ver alguna casa de Brétignoles sur Mer a lo lejos. Yo camino por una playa de arena y rocas, similar a la que traía con Annick. Ahora es peor, pues estas rocas no nos hubieran permitido andar descalzos por la orilla. Siguiendo la playa, llego a Brétignoles y salgo subiendo por la Escuela de Vela. Ya calzado, continúo por el paseo marítimo. Sigo por pista cyclable que, por tramos, va separada o unida a la peatonal. Prefiero ir por la pista de los ciclistas pues cuidan mejor los indicadores de distancias a los lugares que vienen a continuación. ¡A los peatones, que nos zurzan! Pregunto a un hombre qué distancia hay a Saint Gilles, que en mi mapa aparece como el siguiente conglomerado urbano importante. Me responde que 6 kilómetros, y por playa menos, pero yo creo que habrá alguno más. No tengo intención de llegar hasta allí, pero sí la de acercarme y quedarme a dormir, dependiendo de cómo sea la playa y las dunas que vienen a continuación. Pronto llego a una señal en que indica que a Saint Gilles Croix de Vie, faltan 9 kilómetros. Compruebo que mi intuición de la distancia era más exacta que la información recibida del hombre que me la ha dado. Compruebo cómo la carretera y la pista me van alejando de la costa, en el momento en que menos me conviene. En la última parte de Brétignoles he entrado en sanitarios y he descargado el vientre. ¡Otro peso que me he quitado de encima! Llego a la ancha carretera hacia el mar, en el momento en que aparecen de nuevo las dunas. Junto a un coche, hay dos chicos, uno de pie y el otro sentado, que es el que aviva el fuego. Tienen cuidado con el viento, que tanto lo ayuda a avivar, como lo puede apagar de un fuerte soplido. Los dos me saludan y yo correspondo pero, aunque su compañía pudiera ser grata, quiero estar solo para dormir y prefiero alejarme de su presencia. Saco una foto alejándome de Brétignole sur Mer.
Buscando lugar para
dormir en las dunas.
Durante uno o dos
kilómetros voy por dunas y me asomo hacia la playa donde, por el
viento que hace, no me va a convenir quedarme a dormir. Además la marea alta
llega hasta las rocas o hasta el fondo de la playa. Será mejor que
duerma protegido por alguna de las dunas. Pero estas dunas no
protegen nada y sigo buscando. Los apriscos protectores ya no existen
por estos lares. El sol ya está próximo al ocaso. Hay profusión de
carteles con los indicadores de Playa no vigilada y Abstenerse de
baño. Así las autoridades, si pasa algo, se curan en salud: Ya lo
advertimos. Veo una auto-caravana e intuyo que por la arena no ha podido
llegar. Me acerco y veo un camino de tierra. No veo a nadie por la
zona. Delante de su coche, un chico retiene a su perrazo que ha hecho
un ligero intento de ladrar al caminante. Más adelante, un grupo de coches. Uno
dispone de una extensión, un toldo amplio y dos tiendas pequeñas
montadas. Sigo adelante pero poco más. Veo una pequeña hondonada
entre dunas que me parece me puede proteger del viento.
Cena en la duna
Sin que acabe de
esconderse el sol, abro la cena que me ha preparado Jacqueline “a
importar” en un envase de helado Carte D’or. Es una ensalada que,
al venir volcada se me ha salido el aliño de aceite y vinagre.
Recupero el líquido desparramado por la bolsa y lo vuelvo a echar en
la ensalada. El panecillo de pan integral que me ha incluido está
empapado, pero comestible, aunque no lo puedo terminar porque ha
cogido algo de arena cuando lo he puesto sobre la lata de sardinas,
que he guardado junto con el resto de barritas energéticas. Me sabe
todo riquísimo. Al final, pensión completa. No hay cosa mejor que tener hambre y no ser
demasiado escrupuloso, ni exigente, cuando se come. Aliso la arena para poner la
cama en horizontal y arranco sin querer una planta de la duna. Los
restos de basura, los dejo listos para llevármelos mañana y tirarlos
al primer contenedor. No lo podré hacer hasta Saint Gilles. No he
podido ver el ocaso porque me lo han impedido las nubes del fondo del
mar. Se me olvida orinar antes de meterme en el saco y luego me da
pereza salir y llenarme de nuevo de arena de arena los pies, después de haberlos liberado de ella. Al inicio de la noche estoy
bien. Parece que la noche va a ser buena, pero pronto va a cambiar la
dirección del viento y me pega del lado que creía haber protegido
con la duna. Esta circunstancia hará que no duerma bien, aunque el
frío no será lo más importante. Me levanto dos veces a orinar. La
primera lo hago sin salir del saco y la segunda prefiero salir de él.
Tras la primera meada me fijo en la Osa Mayor, que está en posición
Nor-occidental y la luna está cogiendo forma de balón de rugby. La
segunda vez, la luna ha desaparecido y quedaré más oculto al no
estar iluminado por ella. Pero ya será a una hora próxima al
amanecer. Me levanto y me traslado dos o tres metros del lugar donde
estaba, para estar en zona más protegida del aire pero, como no
aliso el suelo, la postura es ahora más incómoda y las piernas quedan
descendentes y mal. Noche que será mejor olvidar. Vendrán
noches mejores.
Balance de la
jornada mejor acompañado.
Lo más destacable del
día ha sido despertar, desayunar y comer con los Martin. Una
magnífica y económica media pensión y además con cena de casa. No
he gastado ni un céntimo en todo el día. Pero sobre todo ha sido la
compañía, pues me han hecho sentirme como en mi propia casa, como
uno más de la familia. ¡Chapeau por la pareja! Después de
disfrutar en la playa nudista de Sauveterre, tras otro día sin baño
en el mar, como ocurrió ayer, el encuentro con Annick también ha
sido precioso y, sobre todo, por lo que va a propiciar cara al
futuro, en este viaje y en los venideros. Bonito el encuentro con la
chica de los perros, que ha salido en Brem sur Mer. Lástima que la
noche no ha seguido la tónica del día. Por lo menos no ha llovido y
mi cuerpo va normalizándose.
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