lunes, 25 de mayo de 2015

Etapa 36 (327) Lorient-FINISTERRE-Le Pouldu


Etapa 36 (327). 13 de julio de 2012, viernes.
Lorient-Larmor Plage-Lemener (Ploemeur)-Le Courégant-Fort Bloqué-Guidel Plages-FINISTERRE-Le Pouldu.

Amanecer escolar.
Hoy es la víspera de la fiesta nacional francesa del 14 de julio. Habrá fuegos artificiales por la noche, tras mi llegada a Finisterre. Me despierto a las 7:40 horas. ¡Qué tarde! A pesar de que la esterilla se me había deshinchado mucho durante la noche. Me pongo el pantalón, orino por última vez en el retrete de las chicas, cojo agua, recojo la ropa con criterio de más a menos mojada, con la intención de extenderla en la arena si sale día de playa. Anuncian buen tiempo para la próxima semana pero, al atardecer y  sin salir de Morbihan, caerá un aguacero impresionante, que me dejará sin margen de maniobra en Le Pouldu.
 

Me meteré en un hotel próximo al lugar de desembarco. Antes de marchar de la escuela donde he dormido, saco foto del lugar con las espalderas y los servicios para chicas y chicos. He usado los de las chicas, los más cercanos a mi cama.

Un paseo por Lorient.
Retrocedo hacia la puerta de ayer, temiendo que continúe cerrada con llave, pero hoy está abierta. Salgo a la calle y empiezo a retroceder pero, mirando el mapa, me doy cuenta de que me conviene continuar por donde me dijo el hombre ayudador de ayer tarde y cojo la dirección Larmor-Plages. Por lo menos sé que esta dirección me irá sacando hacia la costa. Confío en que hoy llegaré a Finisterre. Paso por una panadería que no ofrece café y un poco más lejos leo “Le forn à pain” y esa sí lo tiene.

Desayuno en Le Forn à Pain.
Cojo tres cruasanes de almendra, que están en oferta. Me van a resultar demasiado empalagosos pero me los como. Hay que tener en cuenta que ayer metí poco alimento a mediodía y por la noche no hubo nada para cenar. Uno cuesta 1,50 y tres me cobrarán 3 €. El café con leche, 1,70, así que pago 4,70 €. Me quedo escribiendo hasta las 10:30 horas. El panadero ha sido exquisito en su atención. Luego le releva su mujer, Valerie, como la de la pizzería, la del PMU, la de playa Garone, y tantas otras. Ella me dice que el albergue juvenil está cerca de aquí. ¿Entraré a verlo? Además del diario, escribo postal para Abdu y la echo en buzón que hay en la esquina. Voy a orinar y llevo la botella para llenarla de agua, pero él le dice a una empleada que me la llene de agua fresquita. ¡Todo un detalle! Le digo que me eche de grifo y no mineral de botella. Y así lo hace. Agradecido por sus atenciones, me despido de este buen horneador de Horno de Pan.
Buscando albergue 
cuando ya no me hace falta.
Salgo en busca del Auberge de Jeneusse de Lorient y, con paciencia, lo encuentro. Tiene su dificultad encontrar la calle Víctor Schoelcher. Ya lo comprobé ayer. Llego a un sitio en que hay muchos niños, y un monitor me dice que, siguiendo la carretera hacia arriba, estoy en un minuto. En el “étang” Ter he visto a niños haciendo deporte de vela y he sacado una foto. Dos velitas azules y dos blancas, que no hacen una gran vela blanquiazul. Las casitas que están junto al estanque Ter no sé si son para guardar los veleros o para albergar a los niños aprendices. También hay un contenedor azul que parece, ese sí, será para útiles, como remos, chalecos salvavidas, flotadores, etcétera. Lo que ha quedado claro es que estas casitas no son el albergue juvenil que estoy buscando. Un señor, en el cruce de caminos para los que vamos a pie, me dice, que el estanque se llama Ter y que tiene cuatro kilómetros de largo por tres de ancho. Que tiene un camino precioso para rodearlo.
 

Llego al albergue. Una mujer que está haciendo la limpieza, trata de localizar a la recepcionista. Pero no es necesario, pues ésta aparece por unas escaleras que vienen de abajo. Le cuento lo que me pasó ayer. Me dice que había plazas para dormir, pero que el Accueil se cerró a las nueve de la noche y si hubiera llegado más tarde, no habría podido entrar. Se confirma que hice bien quedándome en la escuela a dormir gratis.

Le agradezco la información que me da, le digo que hoy ya no lo necesito y me despido de ella. Me dice que para pasar de Morbihan a Finisterre tendré que coger un barco que hace un breve trayecto. Saco una foto del albergue para el recuerdo de un lugar en que he estado pero del que no he hecho uso.

Rodeo parcial del estanque Ter.
Ya son más de las once cuando camino junto al lago. Es un camino que lo utilizan tanto corredores entrenando como caminantes senderistas. Paso el puente y saco foto del estanque. Los cuatro veleros se siguen viendo al fondo, aunque, por la posición, ahora sólo se ven nítidas una vela blanca y otra azul.
 

Una vez pasado el puente se va aclarando que no fue tan desacertada la orientación del segundo hombre de ayer tarde pues, si hubiese seguido la carretera próxima a las vías de tren obsoletas por las que pasé, hubiera podido, pasando el puente, llegar al albergue. Aunque ayer me enfadé con el segundo, hoy se ve claro que los dos orientadores no estaban descaminados. Pero estaba claro también que tenía que dormir como un escolar que ha suspendido el curso y se le castiga a pernoctar en el suelo. ¡Que todos los castigos sean como este viaje mío impredecible y magnífico! Saco foto de esta zona, donde se ve el otro lado de la ría, hacia Port-Louis.

Larmor-Plage.
Sin abandonar la ría, sigo caminando hacia Larmor-Plage. Veo indicador de kilómetros. A Lemener hay 8 ½ y me parece distancia adecuada como para poder llegar a comer allí. Pero la lluvia me va a hacer cambiar el programa y tendré que comer sin salir de Larmor, aunque alejado de esta parte, en una escuela de deportes náuticos para chavalillos.
 

Dejo atrás el indicador a Kernavel, que parece ser el extremo de la playa más próximo a la bocana de La Rada de Lorient, como ocurre con Gavres que está al Sur de Port-Louis. En la foto se ve una línea minimalista con torre de iglesia y muchos barcos con altos mástiles que están amarrados a puerto deportivo.
 
Paso por un lugar donde están “aparcados” algunos barcos nuevos, pero me agrada más fotografiar estos otros decrépitos y que parecen esqueletos de ballena. Da pena ver estos despojos de unos barcos que en su día faenaron bien y sirvieron para traer alimento del mar y hoy se desprecian y abandonan sin ningún remordimiento.
 

Ya sé que no son personas, pero habría que haberlos mantenido y reparado. Yo mismo me sorprendo de que esta imagen me ponga sentimental. Según comienzo a caminar por la playa Larmor, Kernavel se va quedando atrás y me iré sin visitarlo. De lejos tiene un buen aspecto. La apariencia de una fortaleza inexpugnable.
 
Siguiendo por la playa de Larmor se ve, mirando al horizonte, la isla de Groix. Así voy acercándome a la población que ofrece una playa más urbana y una bonita apariencia de conjunto. No se ven torres o rascacielos que desentonen con las casitas bajas, aunque alguna construcción pueda tener tres o cuatro pisos. 


Acercándome al centro, me llama la atención este crucero de factura antigua aunque el basamento parece que sea más reciente. Da la impresión de que ésta no va a ser una “ville fleuri” (ciudad florida). Ya en el centro de Larmor-Plage saco una foto de Notre Dame. Es una iglesia con una estructura muy peculiar, tanto en su fachada y todo su contorno exterior, como cuando la visito por dentro. Un conjunto ciertamente sorprendente.
 

Aunque el recinto está encadenado, he tenido mala suerte, pues una furgoneta se ha colado y no me permite completar la visión del conjunto exterior. Con todo, y el árbol, que también colabora en la ocultación, me parece una composición armoniosa. Me sorprende el pináculo entre cónico y piramidal alargado. Una pirámide de aristas suavemente curvadas, que me resulta bella en su tosquedad y que me recuerda algo a los capirotes de Semana Santa.
 

La puerta de entrada que se ve está cerrada y también es austera con un pequeño detalle de filigrana. Entro por otra puerta donde me dan la bienvenida doce figuras sedentes que me figuro serán los doce apóstoles, aunque sólo sea por el número, seis a cada lado, rinden pleitesía al caminante y les saludaré al marchar. Entro en el interior. Un hombre reza. La iglesia tiene dos naves bien diferenciadas. La más grande y principal, que ofrece al fondo el altar mayor, me hace recordar los iconostasios de las iglesias ortodoxas rusas. Sólo me los recuerda en la lejanía. Al acercarme compruebo que no tiene nada que ver con ellos. Lo preside Nuestra Señora en una imagen que tiene hechura entre la Asunción y la Virgen del Carmen. Aunque vuela en el cielo, no es una Asunción, puesto que lleva al niño en sus brazos y no veo los escapularios propios de la patrona de los pescadores. Recupero el barco colgando que hacía muchos días que no veía en las iglesias marineras. Hay otro velero bergantín entre la entrada y el púlpito, lugar para antiguas arengas declamatorias, que le añade otro detalle de vetustez. La disposición de bancos bien alineados, contrasta con el ordenado desorden de las sillas con asiento de urdimbre pajiza que completan la nave central. La segunda nave, en paralelo a la principal, nos ofrece un altar piadoso. No es ni la de Miguel Ángel, ni la de Oteiza, y me mueve poco a sentir piedad de Notre Dame.

Salgo al pórtico a saludar y despedir a mis anfitriones. Trato de reconocerlos en su expresión iconográfica, pero es ardua la tarea. A pesar de sus bandas llenas de leyendas, no logro saber quién es quién. Estos santos conservan algo de su policromía, pero sus hornacinas están que se desmoronan, muy erosionadas por el paso y las inclemencias del tiempo.


La mejor pista me la podría dar Pedro, pero no logro ver a ninguno con llaves celestiales, así que me marcho de esta iglesia de Nuestra Señora con el convencimiento de que estos santos no son los santos apóstoles o, si lo son, están bastante camuflados. Con todo, me voy satisfecho de haberla visitado. Me doy cuenta al salir que no he hecho ni caso a San Antonio, y su niño no estaba dormido, que podría servirme de justificación. Salgo de la iglesia y del pueblo, aunque continúo por su playa. Sin salir todavía de Larmor, compruebo que la playa por la que voy también está ocupada por practicantes de deportes náuticos. Al fondo se recorta la isla de Groix. 


Siguiendo por el borde del mar, una mujer se asombra con mi viaje. Otro chico también me menciona Île de Groix, pero ayer ya decidí que no la iba a visitar, aunque tuviera albergue. ¡Qué ganas tengo de que mejore el tiempo!, ¡qué ganas de tumbarme al sol en la playa! Se vuelve a animar la lluvia y sin acabar de pasar el parque Kerquelen, que es un parque natural para preservar la flora de las dunas, me encuentro a una señora que pasea con su perro. Va distraída y, al saludarla por detrás, la asusto. Acabo de pasar por un hotel. He parado a ver el menú y me ha parecido carísimo. La señora del perro me dice que no encontraré ya ningún restaurante hasta llegar a Lemener. Sigue lloviendo. Necesito acelerar para poder llegar a comer a buena hora a Lemener, pues ya son más de las doce y media y no puedo descuidar la hora de comida de los franceses. En un edificio raro, veo que entran jóvenes con trajes de neopreno y me asomo a husmear.

El bar Sellor.
Es así como descubro el bar Sellor, que prepara la comida a los deportistas náuticos y que a mí, aunque mi deporte es más terrenal, también me la pueden dar. Dar pagando, se entiende. Me adueño de una mesita que, aunque llena de utensilios y restos de comida, acaba de quedar libre. Una clienta, amiga de la casa y yo, ayudamos a Antonio a vaciar y limpiar la mesa. Pregunto a la chica si es empleada de la casa y me responde que no: “ayudo al amigo”, me dice. Como esta mujer estuvo un año en Argentina, me hace de intérprete. Le digo el camino que estoy haciendo y entiende que debo alimentarme bien. De lo que hay, me recomienda la ensalada y el chile. La palabra me orienta, más que al país que gobernó Allende, hacia el picante y el probable despertar de mi almorrana. Pero ella me asegura que no me va a picar. Como la ensalada. El chile consiste en alubias con carne y patatas fritas. Es verdad que no pica. Espero dormir solo esta noche, pues si tengo compañero, lo puedo atufar a pedos, no por la carne, sino por las alubias, “haricots o babarrunak”, que acabo de comer. Está muy rico. Bebo dos cervezas y todo asciende a 16 €. Creo que no voy a poder pagar con Visa, pero sí es posible. Para ello tengo que ir a la recepción de todo el sistema de deporte náutico, alimentación y alojamiento, de lo que se nutre este negocio junto al mar. Aquí veo que Sellor pertenece también a Lorient.
 
Como sigue lloviendo, tras ver el trasiego de adolescentes y jóvenes con sus trajes de neopreno, regreso al bar para seguir escribiendo el diario. Cuando termino y salgo, van a dar las dos y veinte. Un grupo se está poniendo sus chalecos salvavidas. Si les ocurre algo, serán fácilmente visualizados, con ese rojo tan brillante, por los equipos de rescate, salvamento y socorrismo. Voy pensando en la suerte. ¡A ver si no me llueve esta tarde!, ¡a ver si consigo coger el barco y entrar hoy en Finisterre! Suelo decir que mi camino es de disfrutar y no de llegar quemando etapas. No se trata de avanzar, sino de aprovechar todo lo que el camino me ofrece. Sin embargo, estos días lluviosos, me animan a avanzar como objetivo. Cuando salgo está lloviznando, pero no me quiero poner la capa. Finalmente, como la lluvia continúa y no quiero coger la humedad de ayer, acabo poniéndomela.

Ploemeur. 
Notre Dame de la Garde.
No acabo de saber si Lamener, el lugar que buscaba para comer antes de encontrar el bar Sellor, es el nombre de la costa de Ploemeur o me lo he inventado. También tengo dudas de si acaba en “r” o en “c”: Lamener o Lamenec. Como no lo veo escrito por ningún lado, así se va a quedar. Mientras camino hacia Ploemeur, lo que veo es una costa de piedras y rocas, que será la constante hasta llegar a su gran playa. Al fondo, se ve el pueblo, que ofrece de lejos un bonito aspecto en su conjunto.
 

Cuando llego a Ploemeur, entro en la Chapelle de Notre Dame de la Garde. Es un edificio con poca historia, ya que fue construido hacia 1900. No funciona con servicio de culto eclesiástico, sino como sala de exposiciones. Interiormente ofrece una estructura de madera y, siendo oscura, tiene una iluminación cenital interesante. Aquí la luz es celestial. Dos velas de velero, extendidas al viento, le dan una apariencia de barco a la deriva, dando vaivenes, de lo religioso a lo profano, de lo espiritual a lo artístico. Arte y espíritu se complementan.

Nunca ha estado desvinculada la religión con el arte. Sólo hay que recordar el mecenazgo de los papas con los escultores y pintores en sus distintas épocas. En Gipuzkoa tenemos el ejemplo de los franciscanos en Arantzazu. La exposición que hoy se nos ofrece no es figurativa, sino que trata de emocionar con una combinación de colores, más o menos conseguida. A mí, esa estética no logra conmoverme. Me agrada, sin más. Espero que el artista haya disfrutado mientras lo hacía. Con esta exposición de cuadros coloristas, la iglesia, que no es demasiado antigua, se ha vuelto mucho más moderna. Saco foto del interior y del exterior. Su fachada tiene la misma forma que la que dibujan con cinco rayas los niños, a la que han añadido, en la confluencia de las dos líneas convergentes del tejado, un campanario chiquitín. Me gusta esta sencillez de la fachada, que podría haber sido diseñada por cualquier niño. De todas formas, todo lo que os he contado de la exposición, podréis considerarlo puro invento, puesto que no va a ser inaugurada hasta mañana, día de la Fiesta Nacional. Eso es lo que pone en el cartel anunciador. Los cuadros también imaginaos que me los he inventado. Es que tengo gran imaginación y os he ofrecido un adelanto que otros no podrán ver hasta mañana, 14 de Julio. Ya son más de las tres de la tarde.


Un paseo con Michele.
Es Michele la que me confirma lo de la fiesta de mañana y me dice que Lamené (es así como me suena, pero es que los franceses se suelen comer las últimas letras y, es por eso, que voy a seguir sin saber si acaba en “c” o en “r”) pertenece a Ploemeur. Ella acaba de salir de casa a pasear, para hacer su recorrido diario de un par de horas por el borde del mar. Me permite que le acompañe. A mí me agrada ir en buena compañía, aunque el francés que habla me resulta bastante incomprensible; es probable que esté introduciendo alguna palabra bretona. A pesar de ello, voy a gusto caminando con ella. Me obliga a hacer más recorrido y me resta velocidad, pero me compensa. Abandonamos muy a menudo el camino principal para asomarnos por senderos que nos acercan más al mar. Así, dice, “me da más el yodo de las algas en el cutis”. La costa combina rocas y dunas consolidadas. Hay algunos tocones de cemento unidos por un alambre bajo, que son una forma de delimitar, para impedir el paso a la duna y al bajo acantilado, pero que también suponen un peligro, un elemento de tropiezo, para el caminante desprevenido. Nada, ningún cartel, ni nadie, prohíben el paso y ese obstáculo permanece inadvertido, pudiendo producir lo que pretende evitar, que alguien se tropiece con el alambre y caiga al acantilado. 
 
Michele me habla mucho, casi se podría decir que no calla, y le entiendo la mitad o menos, pero me resulta divertida esta forma de ser de ella, algo deseosa de agradar y, a la vez, despreocupada. Voy a gusto con ella. Ya hemos visto varias veces en el horizonte la isla de Groix. Ella me la ha señalado y así le saco una foto antes de la despedida definitiva. Hemos tenido suerte en este tramo del paseo, ya que ha dejado de llover y yo ya me había quitado y guardado la capa al salir de la exposición. No ha llovido, ni nos hemos sentado en ningún sitio, por eso me sorprende ver, al despedirnos, cómo tiene todo el pantalón mojado. Me hace pensar que Michele pueda sufrir de incontinencia urinaria y que no se dé cuenta de ello. Y si se da cuenta, no le anula como persona y hace sin prejuicios su vida ordinaria, lo que le apetece. Me parece genial. Durante el paseo me da toda clase de explicaciones, me muestra una especie de árgoma pinchosa, como las aulagas, y otra planta de hojas aterciopeladas, que ella me presenta como una planta exclusiva del lugar y yo le digo que son plantas propias de las zonas costeras y que también se ven en el País Vasco y en las costas de la península Ibérica. 


Cuando llegamos cerca de Port Kerroch, Michele se da la vuelta y me dice: “He pasado un rato muy agradable”. “Yo también”, le respondo, y nos despedimos con un par de besos. También le digo que me ha dado suerte porque no ha llovido en todo el rato que hemos caminado juntos.


Le Courégant. Fort Bloqué.
Kourgant, en bretón. He podido comprobar que mi capa tiene fallo de diseño o de confección ya que, al ponérmela, la parte de la capucha que debiera tener la apertura para la cara, no coincide con la posición de hombros y brazos. Pero por eso no la voy a tirar y tendrá que aguantar un verano más.
 

A lo lejos se ve un pueblo que me hace pensar que será ya el último de Morbihan, pero estaré muy equivocado. Lo fotografío aprovechando que aparece un menhir pequeñín en el camino. Comienza una ensenada natural donde ya se empiezan a ver los barcos del puerto de Kerroch. No sé si será por la marea alta, pero estos barcos flotan en la superficie marina.


Después de Le Courégant, el siguiente pueblo que vea en otra ensenada va a ser Fort Bloqué, que en bretón será Keragan. Al pasar por Kourgant fotografío un prado con golf entre el camino y la costa. Después de media hora más de camino, veo un islote en el mar pero muy próximo a tierra. Contiene un edificio amurallado, que muy bien pudiera ser una fortaleza, aunque no la veo muy bien desde tan lejos. No tengo intención de perder más tiempo y me limito a fotografiarlo. Es muy probable que sea Fort Bloqué. Por el lugar en que está enclavado, es un bonito espectáculo el que ofrece este fuerte. En toda la zona se siguen viendo escuelas de deportes náuticos. Se ve que el mar y el viento son propicios para este tipo de deportes. El camino me obliga a salir a la carretera y veo coches aparcados, próximos a playas con oleaje fuerte, y a surfistas, más o menos pudorosos, poniéndose o quitándose sus trajes de neopreno. Con estos deportistas, se ve que la zona se anima y crea atracción turística. Cada uno elige la variante deportiva que le apetece, según gusto y condición. Además de vocación, requieren fortaleza física, para aguantar todo el esfuerzo que precisan, y mucha paciencia, para esperar al viento o la hora idónea de la marea. Es todo un mundo el de escuelas y especializaciones. El lugar en el que he comido es un ejemplo de lo que digo. Los alumnos (probablemente sus padres) son los que costean todo este tinglado y los beneficiados son los monitores, los ayudantes, y los hosteleros que los acogen.


Guidel-Plages. Bancos toscos.
Ya he ido dejando atrás Kerroch, Kourgant, Keragan, por poner sus nombres bretones, y ya estoy dando los últimos pasos por las costas de Morbihan. La zona a la que estoy llegando, la Guidel-Plages, me ofrece otro elemento que me lleva a hacer una valoración de calidad. En varios tramos veo unos bancos curiosos. Son de madera con un acabado muy tosco y tienen asiento a dos alturas. No sé con qué finalidad. Si es para que los niños puedan contemplar el paisaje a la misma altura visual que los adultos, también debieran haber pensado en su seguridad.No ofrecen ningún protector.


Cuanto más alto, más dura será la caída. También debieran haberlo hecho más adecuado a su tamaño y ajustando adecuadamente le distancia entre el respaldo y el apoyo de los pies que, así, resulta excesiva. O apoyan los pies, o apoyan la espalda, pero es imposible que puedan hacer las dos cosas a la vez. También el respaldo, como el de los adultos, debiera ser más alto, pero parece que ha primado la estética y el paralelismo entre los dos asientos que la comodidad y la seguridad. Se ve que este banco es de fabricación reciente. Más adelante veo otro de las mismas características pero más baqueteado por los cambios atmosféricos, las épocas del años, el viento, la lluvia, el salitre y el uso. Viendo el segundo se puede hacer uno la idea de cómo estará el primero al cabo de unos pocos años. A pesar de las pegas que le estoy sacando al diseño, estos bancos me agradan y vendrán muy bien a las personas añosas. Ageés, dicen los galos. El segundo está en una entrada hacia la playa y también será muy útil para quitarse la arena y calzarse, adultos y niños. Es desde esta perspectiva, más que la de contemplar el paisaje, que el diseño de la parte alta venga muy bien para que los padres sienten a los niños y los limpien y calcen con mayor comodidad, sin tener que agacharse tanto. Junto al banco de la segunda foto han puesto un tinglado, también en madera tosca, que delimita el camino para que lo utilicen sólo los peatones y disuasorio para los ciclistas, creando dificultad para que no puedan pasar sus bicicletas. 


Bueno, ya me he entretenido demasiado en estos bancos, sobre los que no me he sentado, ni para limpiar la arena de mis pies, ni para calzarme, ni para admirar un paisaje que ya llevo horas y días admirando. En la siguiente playa, que empieza con piedras y rocas pero que en su continuación ofrece arena y usuarios que me supongo con neoprenos, porque el día no sólo no mejora, sino que empeora,  puedo empezar a pensar que lo que veo al fondo ya es Finisterre, con Le Pouldu en primer término, aunque todavía no puedo apreciar la riviére Laita que me va a obligar a montar en barco.

Barco a Le Pouldu.
La playa de Guidel dobla hacia el interior y ya empiezo a ver la desembocadura del río Laita. También el lugar de embarque. Entonces empieza a caer cantidad de agua que con la capa que tengo en la mano, no dejo que me empape tanto como me hubiera ocurrido sin ella. ¡Qué manera de jarrear! Cae agua con ganas, a mares. Con todo, las piernas las llevo bien mojadas. Bajo la capa y la lluvia, llego a la oficina de billetería, pero allí sólo se mencionan excursiones y cruceros. Todo está cerrado y no veo a nadie a quien preguntar. Veo que se acerca al embarcadero una motora neumática, corro y me acerco a preguntar. No viene por mí, pero me dice que suba al malecón y que tire de una cuerda que pone una señal en horizontal y que es la que avisa al barquero que alguien quiere pasar. El barquero ahora está en el otro lado, en Le Pouldu. En seguida me dice, el de la motora neumática, que el barquero ya viene pues, para saberlo, le ha bastado oír el ruido de la puesta en marcha de su motor. Se ve que las gentes de la mar tienen el oído muy fino para estos detalles que a los legos nos pasan desapercibidos. 
 
También me dice que debo pagar un euro y lo preparo. Llega el barquero, monto y le doy la moneda (1 €). Soy el único cliente y nos vamos alejando del malecón. Saco foto de despedida con el artilugio de la señal, la pasarela por la que he embarcado y el informante que porta una garrafa de gasóleo para su lancha neumática a motor. Le digo al piloto de la nave: “¡Qué mal me reciben en Finisterre!” y él me informa: “Se suspenderán los fuegos artificiales” y, estando en medio del río Laita, ya abandono Morbihan y entro en Finisterre.



F I N I S T È R E (1)
Le Pouldu-Pointe du Raz-Douarnenez



Sigo en medio del río Laita y ahora oriento mi cámara hacia el otro lado y fotografío el hotel que me va a acoger esta noche. Aunque va a ser más caro que el de Guérande, no es mala forma de empezar Finisterre. Además, el tiempo va a cambiar y, por la noche, habrá fuegos artificiales.








Hotel du Pouldu.
Desembarco justo delante del hotel. Sigue lloviendo. No tengo otra opción. Digo al barquero de dónde vengo y el viaje que estoy haciendo. Él también entra en el bar a la vez que yo. Se ve que es su refugio y su atalaya para observar si alguien más requiere sus servicios. Dejo mi capa plástica chorreante escurriendo en una silla. Ahora empieza mi negociación. Hay habitación y ahora se trata de acordar el precio. Trato de rebajar lo que puedo pero la hija de la dueña, respaldada en que su madre no está, se muestra simpática pero inflexible. El negocio es el negocio, dirían los catalanes, sustituyendo negocio por “negoci”. Me cuesta negociar con la habitación, así que trato de conseguir algo con la cena. En ambos casos, en vano. No consigo ni que me regale una copa de vino, algo que había dejado yo abierto para dar oportunidades a su generosidad. Esta chica, como he dicho, es hija de la patrona. Aunque no me haya hecho rebaja, tengo que reconocer que la muchacha es simpática y sabe algo de castellano, aunque me dice 62 €, y me quería decir 72, cuando estábamos negociando. Estuvo un tiempo en Centroamérica; allí lo aprendió y luego lo reforzó en Asturias, en dos ocasiones, con clases incluidas. Le digo que, según leí en la prensa, el castellano ya ha desplazado al inglés y al alemán en la elección de segundo idioma de los jóvenes estudiantes franceses. También hablamos de mi viaje y me da un mapa del Sur de Finisterre que me servirá para salir caminando mañana y que sustituiré por otro, si lo consigo mejor. Éste me va a servir para pocos días. Tras pagar con Visa 68 €, más que en el Hotel des Voyageurs de Guérande, pero sin ningún problema con la tarjeta, subo a la habitación. Creo que, al final, la descomposición de los 68 euros, ha sido (43+20+5). Habitación+cena+desayuno. Antes de subir, la chica opina, contrastándolo con otra empleada que ha venido después, que mañana no llegaré a Concarneau y menos si voy por la costa. Si algo está claro es que, por la costa, es por donde quiero ir. Si mejora el tiempo, creo que no llegaré, pues lo que quiero es ir tranquilo, disfrutando del paisaje y de los baños que pueda. En caso de que salga malo, aceleraré para llegar. Cuando lo leo, puedo asegurar que mi ignorancia de Finisterre es supina. No contaba con L’Aven, un doble entrante de mar, complicado para llegar y sin barco para cruzar. Con todo, veréis que soy hombre afortunado. Os contaré tan inolvidable experiencia. Si las dos mujeres  sabían lo de L'Aven, tenían razones para opinar así, pero también creo que me lo debían haber dicho para estar preparado. Pensándolo mejor: Casi mejor que no me lo dijeran. Como veis, yo mismo digo y me desdigo. Cuando ya ha funcionado la tarjeta Visa, le cuento lo que me ocurrió en el hotel de Guérande.

Un poco de geografía con la escusa de los cabos.
Aunque decir Finis Terrae es mucho decir, cuando acabo de llegar a Le Pouldu y me falta tanto camino para La Pointe du Raz, verdadero Finisterre del Sur. Más adelante sabré que el cabo más occidental continental (no metiendo la isla de Ouessant), es La Pointe de Corsen, que le gana por muy poquito. Lo que ocurre es que el cabo de Raz es mucho más espectacular que el de Corsen. Ocurre algo parecido que en Galicia, donde el cabo que todo el mundo considera como Final de la Tierra de la Europa continental, es el cabo Fisterra, pero resulta que el más occidental es el de Touriñán. Eso es lo que me dijeron cuando hice el camino a Santiago de Compostela, en el recorrido Muxia-Fisterra. Pero ahora que estoy escribiendo el blog y mirando bien los mapas, creo que el más occidental es el Cabo de Nave. Claro que también aquí, el más espectacular es el de Fisterra. Pero, en occidentalidad, los portugueses nos ganan tanto a los galos como a los otros peninsulares pues, su Cabo da Roca es el campeón. Insisto, de Europa continental, pues, igual que no contamos con la isla francesa de Ouessant, tampoco lo hacemos con Irlanda ni, mucho menos, con Islandia, aunque sean naciones-isla europeas. Los cabos de Islandia nos superan con creces. Reconocemos su victoria. Se ve que remaron más. Los ibéricos, a pesar del intento de Saramago de desgajarnos del continente y llevarnos a la deriva (no está nada mal leer La balsa de piedra), seguimos donde estábamos.

Ahora va de números.
Subo con mis mochilas y me instalo en mi habitación, que va a ser mía por unas pocas horas. Lo de llegar a Concarneau, donde hay albergue juvenil, no es un deseo baladí. Viene a cuenta del mal tiempo que hace y de que no puedo permitirme el lujo de tener muchos días en que ronde el gasto de cien euros, entre desayuno, comida, cena, cama y algún pequeño capricho. El día de Guérande me salió por 88,52 €, el de Camoël por 82,80 € (contando con que mis amigos de Mesquer me dieron desayuno gratis), hoy en Le Pouldu por 89,70 € (la garrafa de tinto me subía 4 € más). Si lo multiplicáramos por los 66 días que va a durar el viaje, necesitaría una pensión mucho mayor que la que tengo. Redondeando, 60x100=6.000. Es decir, 3.000 € al mes. Si tuviera que pagar tanto, sería un viaje imposible de realizar. Si antes el tema ha sido de Letras, ahora va de Ciencias. Una separación improcedente en las necesidades humanas. No tiene sentido enfrentar Ciencias a Letras.

Habitación con vistas.
Ya instalado, hecho un vistazo al nuevo mapa. Indica muchas playas y yo ya voy sintiendo “mono” de baño en el mar con calorcito. En Morbihan no ha habido más baño que el breve de Belle-Île-en Mer, donde entré al agua con sol y salí con lluvia. Ninguna de las playas que veo está en mi lista de playas nudistas autorizadas. Habrá que ver si, al menos, aparece alguna tolerada para practicarlo, aunque sea con el eufemismo de naturista. Preguntaré en alguna oficina de turismo. Ahora toca tiempo de intendencia y organización de las siguientes etapas. Una vez finado, guardo el mapa de Morbihan. Ya tendré tiempo de volver sobre él cuando redacte el blog. Doblo bien, para usarlo, el nuevo mapa de Finisterre Sur. Me va a servir desde Le Pouldu hasta Douarnenez, donde me veré obligado a hacer una visita a Urgencias del Hospital. Continúo con la intendencia. Extiendo las ropas húmedas por la habitación y, tras quitar la colcha, sobre la cama. También quito de la cama una almohada demasiado dura que estaba puesta. Me acuerdo que he dejado la capa en el bar, bajo, salgo a sacudirla al exterior y la subo a mi cuarto. Cuelgo la capa de una percha de la puerta del baño, limpio lo mejor que puedo las sandalias y las pongo a secar. Necesitan un descanso. Me ducho, empezando por caliente y acabando con tibia. Me afeito y me visto de gris y beige. Me pongo las sandalias que me arregló Pierre en Parentis. Luego bajo a cenar. Un hombre me ayuda a poner nombre a la costa de la que no tengo mapa, la costa de Picardía (Côte Picarde) y me dice que se llama Somme. Pero esa parte, al Norte de Normandía va a quedar para el verano próximo.

Cena en el Hotel du Pouldu.
La sopa que me sirven está fuerte, pero rica. Me sustituyen la salsa, que es habitual en todos los sitios que la he comido, por otra de alioli. No hecho todo el queso rayado. El resto me lo como a palo seco. Sí como todo el pan tostado, que lo voy echando a la sopa en tres tiempos, para que no se reblandezca y esté crujiente. Cuando he pedido escalope he pensado en ternera o vaca, pero me ha defraudado, ya que se trata de pechuga de pollo, la parte del pollo que más detesto pero, con la salsita de champiñones y con la lechuga de hoja de roble, se deja comer. Me he quedado sin el premio de la copa de vino y, cuando acabo, dejo sitio. 
 
Subo a la habitación para coger el jersey negro y salir a dar una vuelta. Ha dejado de llover y empieza a despejar.

Paseo por los alrededores.
Para bajar la cena, salgo a la zona más próxima. Me asomo a la ría de La Laita y enfoco la cámara hacia la desembocadura.
 

Allí, al otro lado, está la playa Guidel, que antes he doblado cuando ha empezado a llover a mares. La playa que está en la explanada del hotel, no merece la pena considerarla. Es una playa fluvial y me interesa poco, más bien, nada. Veo teléfono y vuelvo a subir a la habitación, pues me había dejado las gafas. Hablo con Josu, mi yerno mayor. He llamado a su casa al fijo, pero él tiene desviadas todas las llamadas a su móvil. Toda la familia está en Berdún pasando unos días de vacaciones. Todos están bien. No conoce la zona en que estoy ahora. Se sorprende cuando le digo que ya estoy en el Sur de Finisterre. 
 
Saco otra foto hacia el nacimiento del río Laita que, en esta zona casi final, hace las veces de puerto. Y otra más hacia el espigón desde el que he embarcado para pasar a este lado. A la izquierda, se ve la zona que es puerto deportivo de Guidel y, a la derecha, algunas de las casas de Guidel-Plage. Hacia el Este, el cielo sigue estando encapotado, pero luego, cuando saco la foto al hotel, se puede ver que por el Noroeste ya se está despejando algo y las nubes que se aproximan ya no son amenazantes.
 

Saco la foto mientras unos hombres más o menos jóvenes hablan y cargan o descargan sus coches con el capó abierto. Creo que todo el edificio pertenece al hotel, puesto que por la mañana saldré por la puerta de atrás, pero no lo puedo asegurar. En la parte baja están el bar y el restaurante. En el edificio blanco, en el frontispicio de arriba se ven las letras C y P o P y C que lo mismo podrían significar Comercial Portier que Partido Comunista. Siendo Manuel Portier el que se anuncia abajo, me inclino más por la primera opción. Mi habitación está en el primer piso del edificio bajo, desde donde luego sacaré dos fotos, una antes y otra durante los fuegos artificiales que, según me parece, los van a lanzar desde la playa de Guidel.
En la habitación. Escribir y dormir.
Subo a la habitación, saco una foto desde mi ventana que da sobre una tejavana, escribo y me dan las diez. No voy a esperar a los fuegos artificiales y, si no los hay, será mejor para mí. Me acuesto y duermo aproximadamente hora y media. Me despierto creyendo que pegan unos golpecitos en la puerta. ¿Quién será? Luego me doy cuenta de que es el ruido lejano producido por la explosión de los fuegos artificiales. “¡Viva la France!”, me digo para mis adentros. No sé cuánto tiempo llevarán, pero me levanto y veo los diez minutos finales. Saco la última foto del día. Terminan para las 23:50 horas. Demasiado tarde para mi gusto. Los Internacionales de Donosti suelen empezar para las once y, como muy tarde, acabar para las 23:30 horas. Cabe la posibilidad de que se hayan retrasado porque han tenido poco margen de tiempo para montarlos y la lluvia ha estado a punto de obligar a suspenderlos. Los fuegos no están mal, al menos los pocos que he visto. Han lanzado dos de un tipo que yo no había visto nunca. Tampoco es que sea experto y los de Donosti en la Semana Grande de agosto, los veo de ciento en viento. Los echan frente a mi habitación, aunque el muro blanco del edificio alto, con un pez dibujado, quizás una carpa o una perca, me resta perspectiva y no me permite ver algún lanzamiento que se escora hacia el Norte. La gente ocupa las mejores posiciones en el pretil, con la desembocadura de la rivière Laita de por medio. Parece que los cohetes se lanzan desde el meandro de la playa.
 

Esa es mi apreciación óptica, y ahora sí estoy con las gafas puestas. También podrían estar siendo lanzados desde más atrás, desde la propia playa del último pueblo costero de Morbihan. Aquí los fuegos no finalizan con tres últimos cohetes potentes seguidos, 1, 2, 3, sino que alguna clave tienen para saber que ya han finalizado. La gente aplaude con el último y se van retirando del pretil. No tengo ni idea de lo que ha podido salir de los fuegos en la foto. No lo veré hasta llegar a Irun. Me vuelvo a acostar. Un final aceptable para una jornada de borrasca aciaga. Mi primera noche en Finisterre. Los fuegos me han venido bien para orinar. Mis “haricots” del chile que he comido en Sellor han respondido, dando réplica a los cohetes, imitando muy bien su voz, en si bemol sostenido o, quizá, en fa mayor (tendría que consultar a Josu, que sabe de música).

Balance de otra jornada con lluvia.
Quizás lo mejor del día ha sido el encuentro con Michele. La he visto muy relajada y yo también me he apaciguado. He sido bien atendido a las horas de las comidas. En Lorient por los dueños del Horno de Pan, en el Sellor, por Antonio y su amiga, y en este hotel du Pouldu, también. Me ha sorprendido que en Francia celebren con fuegos de artificio el nacimiento de mi prima Lucia. Nació el 14 de julio de hace un porrón de años, aunque es bastante más joven que yo. Al igual que mi otra hermana, la que vive en Londres, llevan el nombre de mi abuela paterna. Dormir en cama también es una buena noticia. Con tres noches durmiendo en patios de escuela ya es más que suficiente. Creo que ya he cubierto el cupo.

viernes, 22 de mayo de 2015

Etapa 35 (326). Saint Pierre Quiberon-Lorient


Etapa 35 (326). 12 de julio de 2012, jueves.
Saint Pierre Quiberon-Plouharnel-plage Kerminihy-Étel-Belz-Plouhinec-Riantec-Lanester-Lorient.


Amanecer en albergue.
Me levanto a las siete y cuarto, me ducho con agua caliente y sin jabón y acabo con templada, casi fría. Escribo el diario, pero no consigo terminar el día de ayer. ¡Fue tan intenso! A las 8:10 horas voy hacia el comedor y echo las sábanas y la funda de la almohada en el contenedor de la ropa sucia dispuesta para lavar.

Desayuno en el albergue. Pía Schönbrunner.
Entro en el comedor. Cojo los cubiertos y la taza necesarios para desayunar. Y me acerco a la mesa que me han asignado. No hay más que una preparada para una persona. Tiene mantequilla y tres cuenquitos de mermelada. Cojo cuatro trozos de pan y uno me lo como con el queso Emmental. Hoy no hay zumo. El yogur es natural sin azúcar y raspo medio azucarillo con el otro medio. De primero, a falta de zumo, como una pera muy jugosa y una naranja que también está buena. Preparo seis rebanadas de pan con los tres trozos que me quedaban, los embadurno de mantequilla, le pongo la mermelada por encima, y reservo el último para el segundo café con leche. Mientras preparo todo, llega Pía, la austriaca que habla castellano. La otra chica de rasgos orientales, con la que bailé ayer noche el baile bretón por parejas, come en otra mesa, pero Pía prefiere hablar castellano conmigo, pues quiere hablarme de su tesis doctoral. La presentó, la calificaron con un 2 (1 es excelente) y está contenta. Autora: Pía Schönbrunner y su Título: “Los conceptos espirituales de los mayas en Guatemala”. Un día entro y leo algo en Internet sobre ella. Me intereso por lo que me cuenta. Pía quiso contactar con todos los guías espirituales de la comunidad guatemalteca, pero se tuvo que contentar con los cuatro que le atendieron e informaron y un quinto que, siendo foráneo, se había empapado de su cultura. Podríamos haber estado horas y horas con el tema, pero yo no he leído la tesis y poco le puedo aportar, así que a las 9:30 horas decido marcharme. Me despido de la recepcionista y también de Nicholas, que se ha quedado rezagado con cara de inapetente en el comedor. Como en las veces que nos vimos ayer, nos damos dos palmadas con la derecha. Nicholas es el niño que necesitaba silla sobre silla para llegar a la mesa en el comedor. También me despido de la monitora que agradece que le haga caso al niño, y luego del resto del grupo, que ya espera a que les venga a buscar la furgoneta para marchar. Se acabaron las vacaciones para ellos. La primera monitora, con la que hablé en la habitación vecina de Belle-Île, y que era responsable de niñas, me desea buena finalización de mi viaje (todavía no he caminado más que la mitad de días) y yo a ella le digo “buen trabajo” Después de pasar por el retrete y con el botellín lleno de agua, me encamino hacia la playa.
La Grande Plage. Lluvia a ratos.
Cuando me asomo, ya están tres grupos en la arena con sus monitores haciendo ejercicios de calentamiento. No sé si para surf, kite-surf o char a voile. Los jóvenes ponen toda la atención en lo que les dicen sus instructores. Qué diferente es la actitud cuando lo que se enseña es algo lúdico y se tiene interés en aprender. Pronto va a empezar a llover y esta va a ser la constante de esta mañana. No sé lo que hacen los que se ejercitan en la playa, pero yo salgo de ella, paso la duna y me cobijo bajo un grupo de árboles bajos como el que veis en la foto en la derecha. Me he vuelto para dar el último adiós al albergue juvenil que acabo de dejar.
 

En la foto se ven unas gotas de lluvia que han quedado en mi objetivo. Tras diez minutos agachado y en mala postura, baja la intensidad de la lluvia y me animo a continuar. Iré por los senderos del interior que, de vez en cuando se asoman al mar por la duna baja. Sin la fuerza del aire que viene de Poniente, el agua cala menos. Me llama la atención la cantidad de madrigueras de conejo que encuentro. En este tramo no voy a ver ninguno, lo mismo que me ocurre en las cartas de los restaurantes. ¡Jamás encuentro “lapin”!, ni con setas, ni con caracoles. Veré muchos, pero no voy a conseguir comer conejo en toda Francia.


El próximo año, tendré que esperar a llegar a Bélgica y en Brujas comeré el segundo mejor conejo, aparte de los que preparaba mi madre, de mi vida. El mejor lo comí a mi paso por Barcelona, tras la reinauguración del Velódromo. Tenía setas y caracoles y una salsa exquisita.
 

Durante un rato voy paseando por el lado interior de la duna sin encontrar caminos, como en campo a través, hasta que encuentro nuevos senderos que parece que se van estabilizando. Ya estoy llegando a la altura de Plouharnel y en la playa veo tres surfistas en la orilla. En foto que saco hacia el interior, se ven Plouharnel y Carnac, que se me van escorando hacia el Este, y yo sigo hacia el Norte. Durante un rato el sendero se acerca a la valla de separación de la duna. 

Sopla más aire pero si no llueve no me importa nada y sigo. Uno de kite-surf ejercita desde la arena el manejo de su cometa que, en el mar, le va a permitir volar. Cuanto más sople el viento, más alto será el vuelo. Ejercitarlo en dique seco es más fácil que en el mar.
 
Luego ya se complicará en el agua. A tramos, vuelvo a perder senderos y me encuentro en tierra de nadie. Surgen nuevos senderos que se dirigen a la playa, pero yo no quiero ir por allí. Para pasar menos frío prefiero seguir protegido por el lado interior de la duna. Sólo saldré cuando no me quede más remedio. Cuando vuelvo a encontrar buen camino, de vez en cuando me anuncian los letreros la llegada del siguiente sendero que me ofrece llevarme a la playa. Cuando me apetece subo la duna y veo la playa y el mar. Ahora veo varios conejos que corren y se esconden en sus madrigueras.

La Guérite. Playa y Escuela de Ecosurf.
Una gran bandada de estorninos revolotea como una mancha gris que surca el cielo. Unas veces es una mancha gris clara, otras, intermedia, y otras gris marengo.
 

Por fin llego a un lugar donde veo que paran coches. Unos se van y otros vienen y aparcan en un aparcamiento oficial de escuela de surf. Cojo el camino que me lleva allí. Más al fondo se ve una mole construida que es el Mur de l’Atlantique al que no me voy a acercar y que en uno de mis mapas indica como Musée de la Chouannerie. Tampoco me voy a acercar a la Chapelle de Sainte Barbe. Ya tengo barba, e ir hasta allí me parecería una barbaridad. Ya estoy en paralelo a la altura de Plouharnel. Es curioso que, después de dos jornadas, esté en el mismo sitio que anteayer. 48 horas para andar solamente dos kilómetros. Me acerco al aparcamiento y veo que se trata de la Escuela de Ecosurf. Uno de los monitores me dice el nombre de la playa: La Guérite. No se cree que pueda venir andando desde la frontera del País Vasco. Junto a un coche, un madurito, sin ningún pudor, se baja el calzoncillo, nos enseña el culete y se pone el bañador, o quizás sea una parte del traje de neopreno. Todos los que hemos querido se lo hemos podido ver. “¡Châpeau!” No va a ser el único culo que vea esta mañana. Ahora me acerco a la playa. Tiene bandera europea. Un monitor entrena a un grupo de chavalillos corriendo por la playa. Corren de frente, de lateral de un lado, de lateral del otro y de espalda. Una niña, baja de estatura y quizás también menor de edad que el resto del grupo, se ha ido quedando rezagada. Ha ido haciendo los mismos ejercicios que sus compañeros y se entusiasma corriendo de espalda. Ni se entera de que los demás ya están haciendo otro ejercicio. Como la niña está mirando hacia mí, le hago gestos para que se gire y mire hacia delante, pero ni se entera. Dos de sus compañeros vienen hacia ella y le dan un buen susto. Es una broma de poca transcendencia, pero a mí me hace gracia. 


Un joven ha bajado también a la playa y acelero para alcanzarle. Cuando llego a su altura, le saludo y vamos charlando un rato. Me acompañará casi hasta la costa de Penthiére. Una boya amarilla en la orilla me sirve para recordar que la isla que se ve al fondo es Île de Groix. Será una isla que no visitaré. Ya he cubierto el cupo de islas que me había propuesto visitar hasta llegar a Finisterre. Creo que llegaré mañana. El paso por el Finisterre francés, menos occidental que el gallego, me va a permitir darme cuenta de que llegar a Bélgica este año va a ser algo descabellado y tendré que rebajar el proyecto y dejar que finalice en Mont Saint Michel, inicio de Normandía, por este verano. Como veréis, esto tampoco será factible. Pero centrémonos en este paseo por la playa, pues hacía muchos días que no caminaba acompañado. ¿Desde Guillaume, el futuro gendarme? Sí. Hace tres días. ¡Cómo cunde el tiempo!
 

Por suerte ha dejado de llover y hablamos del camino que estoy haciendo. Si el monitor de surf no, éste parece que sí se lo ha creído. Cuando llegamos cerca de la Pointe de Grâves, nos despedimos. El muchacho se queda allí y yo continúo. Ya en la duna leo: Dunas de Quiberon-Plouhinec. Son 25 Km. de dunas protegidas para que no se degraden. (Estoy escribiendo desde unos apuntes cuya tinta se ha corrido con la lluvia y casi un día después de lo acontecido). En Penthiére vuelvo a ir caminando por la playa. Empiezo a recuperar sensaciones similares a las de la costa de Gironde. Ese sentirme solo en el mundo, con una playa extensa sólo para mí.
Buscando la playa nudista de Kerminihy.
Llego a la playa de Port Kerhouet, que ya pertenece a Erdeven. Un coche furgón de la Gendarmerie, llega por una carretera estrecha, da el giro en una zona de aparcamiento y se vuelve por donde ha venido.
 

Llego a la Pointe de Porh Linerec y a la playa de Kerouriec/La Roche Séche. A una de estas playas ha llegado una pareja de hombres maduritos que se cambian junto al coche, pero toman tal cantidad de precauciones para que no se les vea el pajarito al vestirme que me mondo de la risa.
 
Uno se mete dentro del coche para cambiarse con mayor incomodidad y, el otro, que lo iba a hacer a la vista, se coloca detrás de su coche y se permite el lujo de enseñarme el trasero. “¡Bonito culo!”, me dan ganas de decirle. ¿Cómo reaccionarían si me desnudara y fuera en bolas por el camino? No lo voy a hacer, entre otras cosas por el mal tiempo y porque no me apetece, pero se lo merecían. Es el segundo culo que veo esta mañana. ¡Qué enfermedad tan incurable es el pudor! Cuando yo, siendo pequeño, me mostraba así de pudoroso, mi madre me solía decir: “¿vergüenza?, hay que tenerla para hacer cosas feas” y en ese “feas” entraban todos los verbos adecuados a mi edad: robar, mentir, blasfemar, desobedecer, pegar, no ir a misa, etcétera. Hoy, por suerte, he superado tanta tontería relacionada con la desnudez. Desnudos vinimos y desnudos nos iremos, “como los hijos de la mar”, que diría Machado. Llego a una especie de río proveniente de marisma que llega a la playa con voluntad de desembocar en el mar. Está ocupado por algunas gaviotas de cabeza negra, entretenidas en buscar su alimento. Sigo adelante y, por fin, veo el anuncio de Kerminihy a 2,4 kilómetros. Después de andar 200 o 300 metros me encuentro con la primera bajada a la playa. Es la nº 8 y saco foto de una larguísima playa de buena y fina arena.

Kerminihy.
Esta playa, que he abordado desde su inicio en el Sur, llega justo hasta la desembocadura de la ría de Étel. Como es natural en un día como el de hoy, está totalmente vacía de gente. Hace un buen rato que ha dejado de llover, pero el sol no acaba de romper el mar de nubes. A punto de llegar a la zona nudista, veo una bici aparcada en el camino, así que entro de nuevo a la playa por la entrada nº 7.
 

Observo que hay un entrante con duna y una zona de agua estancada, que me parece poco saludable. No veo a nadie protegido del viento por la duna, aunque no lo puedo asegurar. Estando solo en la playa y con día sin sol, no me apetece el baño y decido subir de nuevo al camino. Veo que alguien viene haciendo el mismo recorrido que yo. Cuando por la nº 6 salgo al camino, saludo a Kyla. Fotografío el búnker de la playa de Kerminihy y me voy caminando  con ella.

Kyla.
Le saludo y vamos andando hasta llegar a Étel. Ella se interesa por mis motivaciones para caminar. Tiene un mapa muy detallado de la zona y me lo quiere dar, pero a ella también le va a hacer falta para regresar al camping donde pasa unos días de vacaciones. Ya lleva hecho un largo recorrido y de Étel quiere regresar haciendo un bucle para no repetir el mismo camino. Kyla es canadiense, de Vancouver, vive en París, vino a la capital con un contrato de trabajo sobre oceanografía, pero el contrató se acabó. Ahora se está reciclando para poder trabajar de panadera y pastelera a su regreso a Canadá. Le motiva el aspecto de manualidad de esta nueva profesión que pretende aprender. En febrero hará un curso de dos semanas de perfeccionamiento. Mientras tanto sobrevive como puede.
 

Le hablo de mi curso de cocina y nutrición y compartimos ideas. El camino no nos lleva a la desembocadura de la ría, sino que, en forma circular, nos va orientando hacia Étel y el puente que me permitirá, por interior, cruzar al otro lado. Saco dos fotos de una piscina natural que se alimenta del agua de la ría y que se va renovando con la marea alta de cada día.


Uniendo las dos fotos se puede dar una idea de su dimensión. En ellas se ve una parte del pueblo de Étel y a un grupo de aprendices de windsurf. Llegando a la confluencia de dos calles, nos situamos Kyla y yo en el lugar que corresponde a su mapa. Ya estoy en la calle que me lleva al puente por el que podré pasar al otro lado de la ría. También sobre el río Sach y a Belz, donde pretendo comer. Étel en bretón se escribe An Intel. Me despido de Kyla, pues ya ha picado algo y quiere llegar al camping y comer allí. Nos deseamos suerte en nuestros proyectos, profesional el suyo, viajero el mío. Este encuentro con Kyla es como una premonición del que tendré el próximo verano de 2013 con otra canadiense francófona, la actriz Suzanne Clement, en Berck-sur-Mer, donde rodaba una película con otras dos actrices francesas. La última en que había participado, a las órdenes de Xavier Dolan, fue “Mommy”, con la que obtuvieron el Premio Especial del Jurado, en Cannes. En ella, Suzanne interpretaba el papel de Kyla, la vecina de la pareja protagonista. Suzanne ha interpretado alguna película más de Xavier Dolan, un director emergente, que está demostrando saber hacer buen cine.

De Étel a Belz. Valerie.
Ya llevo un rato en este pueblo de Étel. Antes acompañado y ahora solo. No veo ningún lugar para comer, pero no me importa, ya que es un poco pronto para hacerlo. Poco más de las doce y media. Saco foto de la iglesia de Étel. Ofrece una fachada en blanco y gris y es algo diferente a las que vengo viendo hasta ahora. No voy a verla por dentro. Es probable que a esta hora esté cerrada. Avanzo entre calles buscando la salida del pueblo hacia Belz y llego a un lugar en que se remansa el río.









Unas compuertas lo retienen y más que un río parece un lago. Por carretera menor, llego a Belz. Tampoco veo restaurantes en el pueblo y la carretera me desvía unos 200 metros hasta una crepería que no me resulta nada atractiva pero, como no hay otra cosa y al siguiente pueblo, Plouhinec, me va a costar llegar, con el riesgo de “la cocina está cerrada”, decido entrar. Alguien me dice que hay pizzería al llegar a la carretera principal hacia Lorient. No soy partidario ni de pizza ni de crepe pero cuando no hay más, prefiero la pizza. Llego y leo: “Pizza a importer”. Aunque hacen pizzas para llevar, también me la puedo comer allí. No quiero correr el riesgo de quedarme sin comer. Pido a Valerie una pizza y una cerveza (9+2,50) 11,50 € que pago con Visa. Veo cómo Valerie va integrando los ingredientes en la masa plana y cuando me la da para comer, compruebo que esta más que buena, riquísima. Pero una pizza me resulta demasiado grande para mí y los dos últimos triángulos, me los como aplastados uno al otro como si fueran un sándwich. Menos mal que voy empujando con la cerveza. No quiero demorarme porque cierran la pizzería a las 13:30 horas. Pero Valerie se queda conmigo hasta las 13:45 interesada en las historias que le estoy contando de mi viaje. También han llegado un joven y otro madurito y también han pedido pizza. El mayor me da la lata con que Ronaldo es mejor que Messi y me pedía el nombre de mis jugadores de fútbol favoritos. ¡Es un pesado! Quien me ha dado la cerveza ha sido el hermano de Valerie. Él no está haciendo nada en la pizzería, sólo entretiene a la clientela. Me dice que por la tarde a él le toca trabajar más. El negocio es familiar y ellos son así sus propios patronos. Yo diría que son sus propios obreros, puesto que son los que curran. La única diferencia es que si ellos trabajan bien, se llevan los beneficios y, si no tienen clientela, las pérdidas. Es lo que tiene el trabajo por cuenta propia. No valen los conceptos del trabajo asalariado. Al hermano de Valerie no le va ni el fútbol, ni el ciclismo. Prefiere la vela. “En Brest habrá concentración de veleros en unos días”, me dice. No creo que llegue a tiempo para verlo. No sabe decirme cual es el recorrido del Tour de France. Me gustaría saberlo para ver si me interesa coincidir o no en alguna etapa, como me ocurrió en Barcelona en 2009. Aunque llovió por la mañana, yo llegue a la capital condal antes que el primero. El hermano se va para las 13:30 y yo me quedo con su hermana el último cuarto de hora. Hablamos de política. Yo manejo mi tesis sobre el comunismo que nunca existió y que se rechazó como poco útil para el progreso social. Cualquiera diría que el capitalismo y la sociedad de consumo, son la panacea para la felicidad. Me despido de Valerie. Ella cierra su establecimiento y yo me voy hacia el Pont Lorois.


De Belz a Plouhinec. Pont Lorois.
Belz, con la “tz” vasca, Beltz, equivale a negro. Pero yo, después de comer, no veo el panorama tan negro, aunque el nubarrón que amenaza sobre el puente, colabore a vaticinar lo peor. En la pizzería me han dicho que hay 35 Km. para llegar a Lorient, pero ahora veo indicador de 25. ¿La diferencia dependerá de que coja la arteria principal o las secundarias? Antes de pasar el puente, me fijo en unos invernaderos. 

Tal como veo el panorama desde la carretera ascendente, me parece una zona muy arriesgada en caso de crecida de la ría de Étel. Supongo que antes de instalarlos aquí, habrán hecho un estudio de caudal, las crecidas en épocas de lluvia y deshielo, y las subidas del mar con las mareas extremas. En el invernadero se cultivan plantas ornamentales y flores. Con este pensamiento, sigo la carretera y paso el puente Lorois.
 

Podéis mirar las vigas y los tirantes, pero no miréis al cielo, no sea que a la nube negra le dé por descargar en forma de gotas espesas. Cuando estoy en el extremo contrario y antes de perder altura, saco fotos del tipo “Panorama desde el puente”, donde se aprecia la anchura que por aquí adquiere la Ría d’Étel.
 
Me paso a la acera del otro lado, y lo fotografío también, así tenemos una visión hacia el inicio y otra hacia la desembocadura. No sabría decir cual es cual, aunque me atrevería a decir que es en ese orden, porque en la segunda veo más barcos en el agua. El primer tramo de la carretera tiene exceso de circulación y, aunque el arcén es amplio, en cuanto tengo oportunidad me olvido de la carretera que me ofrece 25 Km. y voy hacia la que en poco rato me llevará a Plouhinec.
 

Así, sin más contratiempos, en menos de una hora, ya estoy en Plouhinec. He tenido suerte. No ha llovido en el trayecto y aquí sigue sin llover. Entro en la Oficina de Turismo. Pregunto por Mediateca y me remiten a Biblioteca. Como al pasar por ella ya he visto que los jueves sólo funciona por la mañana, se lo digo. No tengo otra opción, pero me sirve para darme cuenta de que esta mañana me he olvidado de afeitarme y de tomar la pastilla. En Turismo no me afeito, como es natural, pero sí tomo la pastilla olvidada. Este desfase no es bueno para la regulación de la hipertensión, pero tampoco catastrófico.

Plouhinec es Plehenec en bretón. Saco foto de la fachada exterior de la iglesia. Es gótica con nave central y de crucero. Entro en su interior. La cuarta puerta que empujo es la única que está abierta. Es amplia, alta y muy luminosa. Sus vidrieras permiten la entrada de mucha luz natural y eso que tenemos un día gris, muy gris. Saco foto de la nave central y me fijo en que ya he visto en varias ocasiones otras con lámparas como las que aquí cuelgan de la techumbre.
 

Saco también foto del confesionario, que me sirve para reflexionar sobre lo que las confesiones supusieron para mí en la época de mi adolescencia y juventud, cuando fui crédulo a la fuerza. Este confesionario es casi hasta bonito, con buena talla y cortinas de un amarillo ocre muy atractivo. ¿Todavía se sigue confesando aquí la gente? Cuando yo dejé mi credulidad ya se hacían confesiones comunitarias. No había que decir los pecados a nadie. Todo quedaba entre el pecador y Dios.
 







Abandono la iglesia igual que abandoné la religión y en la calle encuentro la diligencia, que es contraria a la pereza. Un carromato cubierto con lona y acristalado de plexiglás, es conducido por un carretero y empujado por un caballo percherón. Un grupo de personas realizan así su visita turística.
 

En caso de que llueva van bien protegidos, pero tiene poco sentido una visita turística en un vehículo que no deja ver bien lo que se desea ver bien. Cuando paso por La Canbuse, en la terraza no hay nadie, lo que me hace pensar que, de haber querido comer en esta brasserie, hubiera tenido problemas. He hecho bien en adelantar la hora y en haber comido la rica pizza.
 
Aún paso por otro lugar al que llego después de ser bendecido por el incienso de los altares. Llego purificado a una funeraria. Aquí no dan de comer. Todos los servicios son “post mortem” y, de momento, no tengo ninguna gana de fiambre (ni de comer, ni de convertirme en tal). Tampoco quiero que me transporten dentro de un ataúd y las lápidas que ofrecen me parecen tan grises como las nubes de las que trato de huir, aunque las disfracen con delfines juguetones. Es con estos pensamientos maquiavélicos como voy saliendo de esta breve visita a Plouhinec.

Acercamiento a Riantec.
Viendo el panorama que se me presenta en el mapa para llegar a Lorient, con su rada complicada, creo que lo mejor será olvidarme de Port-Louis e ir ascendiendo hacia el Norte. Parece que hay un barco que cruza la rada de Lorient, pero no sé horarios y no quiero más riesgos. Deseo llegar al albergue de Lorient a hora adecuada. Si hubiese querido ir al albergue de Île de Groix, me habría convenido acercarme a Port-Louis, pero no es el caso. Necesito un descanso de islas. Según veo en el mapa, me va a convenir ir a Riantec, subir a la carretera principal, la D-9, pasar puente sobre la rada, bajar a Lanester y entrar a la ciudad preguntando por el albergue juvenil. Saliendo de Plouhinec, empieza de nuevo a chispear. Un kilómetro antes de llegar a Riantec, arrecia la lluvia y me veo obligado a cobijarme bajo las copas de unos árboles tupidos. Lo malo de ello es que, como suele decirse, “debajo de hoja dos veces se moja”. Cuando disminuye la lluvia, vuelvo a la carretera, que también va ganando en movimiento circulatorio. Voy incómodo y, aunque ya llueve menos, no me encuentro con ganas de parar, ni de ver, ni de fotografiar nada. Tengo claro que no quiero ir a Port-Louis, pero me surgen dudas sobre Locmiquélic, el lugar de paso en barco a la ciudad de Lorient. Es probable que con esta fórmula hubiera podido llegar a dormir al albergue. Como no me decido por ello, tendré mi tercera experiencia de dormir en patio de escuela. Tampoco me decido por Locmiquélic, a pesar de que un padre, que lleva en brazos a su criatura, a punto de meterse en su casa porque sigue lloviendo, me confirma que sí, que ir allí me conviene. Como ya he decidido que no, cuando llego a la desviación para Locmiquélic, la dejo a mi izquierda y continúo tranquilo. Este error lo pagaré con creces, haciendo un recorrido extra innecesario. Pero es tarde para lamentaciones. Muchas cosas han influido en mi decisión: el gran tamaño de letra de Lorient en el Norte de mi mapa, la lluvia, el desconocer la dificultad de caminar por autopista (o autovía), el no ver bien (por no ponerme las gafas), una línea fina que indica carretera de paso entre Lanester y Lorient, han sido las que han funcionado en mi contra. A partir de que he dejado la dirección Locmiquélic, desaparecen todas las señales de dirección hacia Lorient. No las encontraré hasta que llegue a la “autorroute” principal. En una parada de autobús, un señor, que no parece esté en sus cabales, y dos jovencitas con sus escuetas y pacatas respuestas, me ayudan a saber que la referencia Hennebont también me sirve, pues este pueblo está siguiendo esta carretera, que cruza la autopista, y continúa hacia el Norte. Cuando llegue a la carretera principal, deberé olvidarla. Llego a un centro comercial y una mujer me confirma que voy bien, en dirección Lorient. Los cruces esperados no acaban de llegar, sigue lloviendo y yo empezando a empaparme. Llegan desviaciones que no me vienen a cuento. Por fin veo la desviación Lanester. Lo interpreto mal y creo que no me interesa cuando, en realidad, era la dirección idónea. Lo sabré dentro de un rato, cuando hable con un taxista. Vuelta a pensar en Hennebont y sin referencia Lorient. Ha sido un fallo que junto a Lanester no hayan puesto la de Lorient. La habría cogido sin duda alguna. Tras dos rotondas, también desaparece del todo Hennebont. Y, sin poner para nada Lorient, empiezan a aparecer las señales de Oeste, Este, Centro. Ya estoy de lleno en la autopista y no tengo opción a salir. Encuentro a un taxista que está en camisa fuera de su taxi, pues ahora sólo chispea ligeramente. Le pregunto. No se cree mi viaje: “N’est pas vrai” (no es verdad), me dice. Pero le enseño mi diario, mis dibujos y el mapa y parece que le convenzo. Ha sido una suerte que me lo haya encontrado aquí, pues la única opción válida es seguir a Hennebont. Me dice: “Retrocede hasta la segunda rotonda, unos dos kilómetros (por lo que tardo, van a ser casi 3) y coge por Lanester. Luego pasa por un puente la Rada de Lorient.” Agradezco al taxista su ayuda y hago lo que me dice. Tengo suerte porque, en este tramo, va a parar de llover.



Puente sobre La Rade de Lorient.
Lorient es en bretón An Oriant. Por fin veo el puente indicado. Lo que más destaca es su estructura obsoleta. No sé si se trata de una estructura poco funcional pero que sirvió en algún tiempo, o si es algo que se construyó en su momento y nunca funcionó. Saco foto lejana del puente. 

Cuando me acerco, intento sacar una foto de todo el pilar con su gemelo al otro lado de la rada. No guarda una relación perfecta el uno con el otro. Hay una ligera inclinación que dejaría desplazada la carretera que los pudiera conectar. Mis dudas ahí quedan. Tras este paréntesis, empieza de nuevo a llover y va a continuar hasta que llegue a Lorient.










Saco foto desde el puente cuando ya casi he cruzado al otro lado de la Rada. Se configura así un gran puerto entre fluvial y marítimo. Todavía me va a costar entrar en el centro de Lanester. Llego a un centro para jóvenes, por si fuera el albergue que busco, pero estos de Lanester no tienen ni idea de lo que se cuece en Lorient, y de su albergue, menos. La chica me dice: “corre, ahora tienes bus” y alucina cuando le digo que vengo andando desde la frontera, desde el País Vasco. Poco a poco llego al paseo marítimo de la rada, un lugar muy bonito, lleno de grandes árboles y con muchos bancos para descansar y contemplar el paisaje que ofrece la rada. 

Una rada que en su parte fangosa verdusca contiene unos palos que hacen recordar zona marisquera y que si no pones mucha atención recuerda a la estructura de los enormes cementerios de la Segunda Guerra Mundial, con su ordenado crucerío. Aquí no hay cruces, pero el orden se mantiene. Al fondo ya veo el puente que me pasará definitivamente de Lanester a Lorient. Con esta foto se acaba mi reportaje fotográfico del día. Ahora un rato de zozobra para localizar el auberge de jeneusse.

Lorient. Buscando albergue.
Cuando paso el último puente, lo hago sin gana de más fotos. Así entro en la gran ciudad. Ya han pasado las ocho y media y me temo que, aunque localice el albergue, al llegar ya estará cerrada la recepción. Pero lo intento. A todos los que voy preguntando, les suena a chino. Piensan que en Lorient no hay albergue. Tampoco conocen dónde está la calle Víctor Schoelcher. ¿No podrán haber puesto apellido más complicado? ¡Lástima! Por fin doy con un hombre que lo conoce y sabe dónde está. Él no me puede acompañar, ni siquiera un tramo, pues tiene que ir a algún sitio concreto y yo le estoy entreteniendo. Como ve mi indefensión, para un coche para que me lleve. Pero el primer intento resulta fallido. El hombre me acompaña más que lo que puede y me deja orientado pero, en un cruce interpreto mal, me desoriento y tomo una decisión errónea. Pregunto a otro y me desorienta aún más. Acabo bajando hacia unas vías obsoletas que parecen estar fuera ya de la ciudad. Si hubiese seguido la orientación Larmor-Plage, es probable que hubiera llegado, aunque fuera tarde (pero eso lo sabré mañana cuando hable con otra Valerie, la panadera, durante el desayuno matutino), pero no tiro a la derecha y sigo adelante. He visto al pasar un patio de escuela y leído: École Elementaire Publique Merville. Bueno, total que estoy en unas vías de tren. Retrocedo por las vías y llego al inicio de la calle. No veo nombre de la rue y decido volver a la calle en que he visto el patio de la escuela.

Escuela Elemental Pública Merville.
Me parece buen sitio para dormir a cubierto, hoy no está un día como para dejarse atrapar por la lluvia, pero las puertas están cerradas. Barajo todas las opciones que el lugar me ofrece: un voladizo junto a unos retretes, un invernadero con plantas, que deja poco margen en el centro y, por fin veo que, por detrás, se puede acceder al patio cubierto que yo había visto desde la puerta. Hay un coche aparcado dentro, al lado contrario de los servicios para niños y niñas cuando están en el recreo, y otros en el patio al aire libre. Sólo me preocupa que me puedan ver los dueños del primero cuando vengan a cogerlo. Estamos en extremos contrarios. Es algo más ventoso, pero estaré junto a los servicios. Me vendrá bien durante la noche, cuando me levante a orinar. El WC más próximo es el de las chicas y va a ser el que voy a usar. Tiendo en las espalderas la ropa mojada por la lluvia. Algo, poco, se secará por la noche, mientras dure el viento que, que va a desaparecer de madrugada. Duermo relativamente bien, para ser en suelo duro de cemento. Como la colchoneta se me desinfla, la hincho cada vez que me levanto a orinar. Hoy no habrá foco alguno que se encienda cada vez que me levanto. Me levanto tres veces. No tiro de la bomba hasta que me voy por la mañana. Cojo agua fresquita y rica. Preparo la cama. Esterilla y saco están algo húmedos, pero no me crea problemas. Duermo en calzoncillos y me pongo el jersey negro. En el patio hay un foco potente orientado hacia mi rincón. Me hace algo más visible pero me tapo la cabeza con la capucha del saco, que me protege de la luz y así no me molesta. Tampoco me molestan las voces que me llegan de la calle, ni el ruido de los coches. Noche tranquila, en definitiva. Sueño con el que fuera mi jefe, Morlán, que trata de justificarse conmigo por haberse casado por segunda vez. No sé la razón de este sueño, pues él es muy dueño de hacer lo que quiera y pueda con su vida. ¡Jamás se me ocurriría recriminar al mejor jefe que tuve en toda mi larga vida laboral! Por buscar una explicación que me afecte ¿Estoy poniendo barreras a que yo pueda hacer lo mismo? ¿Un segundo matrimonio? ¡Dios me libre!

Balance de una jornada larga y poco brillante.
Quizás lo más interesante del día haya sido la charla en el desayuno con Pía, la austriaca, y su tesis doctoral, y el encuentro a mediodía con Kyla, oceanógrafa reconvertida en panadera-pastelera. Kyla me ha traído el recuerdo de Suzanne Clement pero a toro pasado, cuando escribo el blog, puesto que a Suzanne la conoceré en 2013. Quizás sea premonitorio ela coincidencia del nombre del que será el de su personaje en la próxima película de Xabier Dolan. Ha sido una pena que el día haya estado tan malo que ni en la Grande Plage, donde me podría haber dado un baño desnudo, ni en la nudista oficial de Kerminihy, he podido disfrutar de nudismo. Buena la pizza y la conversación con Valerie. Ha sido curiosa la charla corta con su hermano y su visión del negocio familiar. También que no le gusten los deportes de masas y mucho la vela. A falta de albergue, he tenido suerte de encontrar cobijo en la tercera escuela del viaje. Es de agradecer el interés del hombre que conocía dónde está el albergue, pero no estaba disponible para acompañarme.